Columna de César Barros: El tercer tiempo
En un deporte tan brusco como el rugby, luego de jugarse los dos tiempos reglamentarios (con los moretones y golpes aún vivos en los cuerpos) ambos equipos se duchan, se visten, y después celebran con cerveza y camaradería “el tercer tiempo”. Se les unen amigos, hinchas y entrenadores, a gozar “el partido que fue”, felicitar a los ganadores, consolar a los perdedores, pero, por sobre todo, sentirse amigos a pesar de los pasados tackles, tirones de orejas y manotazos.
A don Patricio Aylwin, al asumir su cargo en 1990, se le hizo una manifestación de apoyo multitudinaria en el Estadio Nacional. La gente estaba feliz, pero enardecida por el triunfo propio y la derrota de sus adversarios. Aún había inflación alta, desempleo elevado, los procesos de DD.HH. “ad initium” y Pinochet de jefe del Ejército. Aparte de la alegría, el entorno económico y político de Chile se veía desde afuera “color de hormiga”.
Y don Patricio, en vez de darle un gustito a la masa enardecida por su triunfo (mal que mal habían ganado por goleada, y con el viento muy en contra), se puso serio, e hizo un llamado a todo el país -sin exclusiones- a reconstruir y avanzar en un camino juntos hacia el desarrollo. Alguien en el público grito fuerte: “y los militares, ¿qué?”. El público se silenció, como si todos hubieran pensado por un instante la pregunta, y don Patricio respondió con convicción: “un país unido... y sí, con los militares también...”, otro silencio del estadio, como masticando aquello. Y luego un largo aplauso cerrado. Fue el “tercer tiempo” de ese enorme partido tan duro entre el Sí y el No, que aún desata las iras de los actores más extremos. Y aquello dio frutos: sin enfrentamientos dolorosos, volvieron los exiliados, se repararon víctimas, y hubo un desarrollo económico y humano nunca visto antes en Chile (los malditos 30 años que vociferan tío los ignorantes).
Este 5 de septiembre, todos los chilenos debemos buscar las instancias de juntarnos con quienes estaban en trincheras opuestas, y fraternizar en amistad pensando en nuestro futuro en comunidad, para que el ambiente sea más el de las Fiestas Patrias que lo que vivimos en el mal llamado estallido, fruto del odio y la violencia. Y mostrarle así al Presidente y al Parlamento que de verdad queremos, en esta última oportunidad que tenemos, ponernos de acuerdo para seguir caminando tranquilos, buscando la felicidad sin dejar a nadie atrás, compartiendo esfuerzos y esperanzas. Chile está complicado: inflación récord, crimen que parece sin control y una inmigración también descontrolada. Una Macrozona Sur en expansión territorial y en grados de violencia. Esto no está para bromas.
Estos tremendos problemas requieren acción, planificación, coordinación e inteligencia. Y para solucionarlos no sobra nadie.
Porque si los procesos de reformas, que vendrán sí o sí, se desarrollan de la forma en que se discutió la anterior Convención Constitucional, no vamos a terminar nunca de discutir, despreciar, y al final odiar. Y ya está bueno que maduremos, si no queremos que esto termine de irse al diablo.
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