Columna de César Barros: ¿Está el chancho mal pelado?

Pedestrian walks past a logo of Credit Suisse outside its office building in Hong Kong


A raíz de la caída del Silicon Valley Bank (SVB), Credit Suisse y un par de bancos más, surgen preguntas y dudas sobre la regulación bancaria, su tamaño y el riesgo moral que conllevan los salvatajes de los depositantes. A las zapaterías, salmoneras y agricultores en problemas, nadie les asegura su financiamiento: se pone riesgosa su actividad (como pasó con el virus ISA en la salmonicultura, las sequías y alza de insumos al triple en la agricultura, por dar solo un par de ejemplos) y la banca les retira su protección, quebrando un montón de empresas (lo vimos recién con la industria de la construcción).

No hay razón filosófica para que un bono bancario -no muy distinto de un depósito a plazo o a la vista- no tenga el mismo trato dado en momentos de crisis a los depositantes (como ocurre ahora con el SVB en EE.UU. o Credit Suisse en Europa; para no recordar el macizo salvataje mundial de 2008/2009).

No cuadra con lo que ocurre en el resto de la economía, donde cada uno “se rasca con sus uñas”, y si una empresa quiebra, pierden los dueños, pero además los acreedores financieros y no financieros. Es cierto que los bancos centrales han logrado (aunque no siempre) sujetar y/o aminorar corridas bancarias, y crisis financieras, actuando como prestamistas de última instancia de la banca. Pero los bancos son una anomalía dentro del sistema de libertad económica: si les pierde la confianza, el Estado -vía su Banco Central- diluye -o elimina- la desconfianza emergente. Es un beneficio que solo ellos tienen (porque no están obligados a traspasar ese beneficio a sus clientes, los que sí se tienen que “rascar con sus uñas”). No es clara la solución a esta anomalía del sistema, y no me atrevo siquiera a proponerlas.

Y ahora que con tocar la tecla de un celular se puede vaciar un banco, o cortar una línea de crédito en instantes, la actual regulación y control de la banca valdría la pena revisarlas y repensarlas en su integridad. Hay preguntas que responder, como si deben o no existir bancos “too big to fail” porque afectan al sistema global (Lehman Brothers), cuál es el tamaño del endeudamiento máximo permisible o el tipo de negocios que pueden o no pueden hacer. Nuestra actual ley no es nueva, y desde fines de los 80, cuando se escribió, ha habido demasiados cambios tecnológicos, como para no repensarlo al menos. También su rol en la economía: como el financiamiento a nuevas empresas, Pymes y Mipymes. Y hacerles a esos segmentos más espacio, “destetando” de la banca a las grandes empresas que pueden emitir bonos, acciones o prestamos del exterior.

Un sistema que solo les presta a grandes empresas, que deja de lado mercados menos formales, que tiene un “seguro de vida” con el Banco Central y, además, está súper concentrado, es algo que debe repensarse. Y hay que hacerlo justamente cuando la banca esta fuerte, no en medio de una crisis, como en los 80, obligados por un drama, y para limpiar de vicios una ley que era anticuada, primitiva y permisiva para los tiempos que corrían.

Por César Barros, economista

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