Columna de César Barros: “Inamible”
Es el título de un cuento de Baldomero Lillo que fue lectura del colegio. En el cuento, un policía hiperempoderado (“el guarén”) sorprende a un joven carretelero que persigue a una mujer, asustándola con una culebra, y lo detiene bajo el cargo de “andar con animales inamibles”. Preguntado por este desconocido delito, explica que los “animales inamibles” son tres: la culebra, el sapo y la lagartija, “porque asustan y quitan el ánimo”.
Observando a este país crispado y desconocido en “sus pulsiones”, descubrimos que han aparecido en las campañas personajes “inamibles”: asustan y quitan el ánimo, y por lo tanto es necesario callarlos y hacerlos desaparecer. Los del Rechazo son el ex Presidente Sebastián Piñera -impulsor del proceso constitucional-, y quien en la última segunda vuelta obtuvo un 44% de los votos, José Antonio Kast; y los del Apruebo, los anteriores héroes de la Convención: Atria, Loncon, y la primera mayoría nacional, el rostro televisivo Stingo.
Lo lógico -en un país lógico- es que los expresidentes, excandidatos (no poco exitosos, además) y quienes fueron líderes en la formulación del texto constitucional propuesto, fueran escuchados con interés y atención, como lo fueron unos cuando los votaron, y otros cuando se discutía la propuesta constitucional. Pero ahora, en una discusión de contenidos, de filosofía política, y de continuación (o desconexión) del constitucionalismo clásico liberal o su reemplazo por un sistema estamentario, partidarios y contrarios pretenden -con algún grado de éxito- sacarlos del debate.
Hace cuatro años (y algo más), Sebastián Piñera era un “winner”. Hace unos meses JAK una posibilidad cercana de ser Presidente. Y hasta hace poco, Atria, Loncon y Stingo, figuras fulgurantes de la Convención Constitucional. Es el mismo país: mismo nivel de educación, mismo ingreso, misma pandemia, mismo todo; pero estamos tan enloquecidos, tan divididos y tan crispados que, en poco tiempo, quienes eran líderes aplaudidos en sus respectivas tribus, hoy son despreciados y escondidos con mayor o menor éxito. Son “inamibles”. Son “cancelados” porque sus opiniones, y hasta su presencia, afectan negativamente a su sector.
Yo no quiero sino hacer una reflexión sobre el estado sicológico de este país. Algo está muy mal con nosotros. Algo hace que, en cuestión de meses, las opiniones y los afectos, las famas y los respetos, cambien en forma brusca e inexplicable. Que los liderazgos sean inexistentes, y la política esté subyugada por las encuestas que van apareciendo semana a semana. Que no sean las ideas y los conceptos, sino “las pulsiones” las que guían algo tan importante como la forma en que construimos -o destruimos- la “Casa de Todos”.
Ojalá, el país logre salir de este estado sicótico y logre tomar la lógica de la razón y de la reflexión. Antes lo hemos hecho, y no con poco éxito. Otras veces, nos hemos dejado consumir por la inconsciencia y la rabia, como con Balmaceda y con la UP.
El cuento de Baldomero Lillo (léanlo) no es solo humor: es también un retrato de ese Chile que no cambia, con sus caricaturas, sus vacilaciones, su imaginario entre clasista, legalista y también ignorante, pero que al final de alguna manera “atina”, como lo hizo el 88 y el 89, y nos dio los mejores 30 años de nuestra historia independiente. Y que -ojalá- ahora atine a partir de septiembre, donde todo de alguna manera, volverá a comenzar.
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