Columna de César Barros: Inflación con y sin UF
Nuestra criollísima UF fue inventada, hacia fines de los años 60, por un ministro de Economía de Eduardo Freí Montalva, para resguardar los ahorros para la vivienda. Con inflaciones promedio del 20/30% en esos años, “el invento” tomó mucha fuerza. Se introdujo en nuestros contratos (colegios, arriendos, obras públicas y privadas), en nuestra contabilidad (la corrección monetaria) y en los créditos de largo plazo. Es parte ya de la idiosincrasia chilensis, como las empanadas y las sopaipillas. Amada por unos, y odiada por otros (cada cierto tiempo aparece un movimiento de “fuera la UF”).
En los EE.UU., durante los años 80, en que la inflación se disparó, hubo -como no, desde Chicago- un impulso para que se emitieran bonos gubernamentales en UF “american style”. La idea nunca tuvo tracción y los gringos, en vez de proteger a sus habitantes de la inflación con la UF, prefirieron combatirla derechamente más que arroparse contra ella como nosotros (que pensábamos -en esa época- que era algo endémico e incurable).
La inflación sin UF afecta a todos los que tienen activos sin reajuste. Obviamente también a los trabajadores que tienen contratos no reajustables (al menos en el corto plazo). De modo que impacta a más gente, y tiene un efecto más parejo sobre la economía: sufre el arrendador, el colegio, la U, y por supuesto el trabajador que, en términos reales, ve disminuir sus ingresos. La inflación, así, cumple su propósito (maldito por cierto, que es bajar el consumo) en forma rápida.
Con UF en grandes series de activos (créditos, colegios, arriendos y balances en general) la cosa es más complicada: hay segmentos de la sociedad a quienes protege la reajustabilidad de sus contratos: bancos, arrendadores, colegios, obras públicas, etc. Pero para los más vulnerables, el veneno es dos veces más tóxico: no solo baja su sueldo real, sino que por la reajustabilidad de la UF sube su arriendo, el colegio y la U. Y como la UF es la inflación del periodo t-1, aunque este mes se logre que la cuenta del almacén baje, no lo hacen así arriendos, créditos ni la educación. Por lo tanto, la UF sigue trepando, como con vida propia, al ser buena parte del gasto indexada a la UF anterior, mientras los sueldos no lo son. Esto hace que el combate a la inflación se haga más largo (y muy poco equitativo: algunos -los menos- están protegidos de la inflación por la UF, otros -los más- no lo están para nada). Porque no solo debe bajar el valor de la compra del mes (claro, si todos se preocupan: Banco Central, Marcel, Boric y -sobre todo la señora Juanita- la cosa se endereza), sino además la UF, cuya evolución obedece no a lo que hacemos ahora, sino a lo que sucedió en un pasado ya incontrolable: un polinomio intertemporal muy complejo, donde las expectativas no se refieren solo al presente y al futuro, sino a la influencia de un pasado inmutable.
Ahora, suprimir la UF como siempre se les ocurre a los cabezas de chorlito cuando la inflación se usa como arma política, es como vender el sofá de don Otto: esconder la realidad, y nunca va a resultar. El remedio es bajar la inflación, bancándose su costo sin llorar, y después de un periodo largo de estabilidad, ir desmantelando la tradición nacional de la UF, heredada de la inflación nacional, que persistió durante todo el siglo pasado.
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