Columna de César Barros: La telenovela

Convencion


Por César Barros, economista

Latinoamérica es la patria de las telenovelas. Desde los 60, el género bate récords de popularidad. La telenovela chilena -y latinoamericana- tiene inicio y fin. Actores estables y un guion que poco cambia, lo que al final permite clasificarlas en éxitos, en “una más” o en rotundo fracaso. Y como son caras de producir, cuando fracasan, el problema no solo es el “rating”, sino pérdidas muy cuantiosas.

En esta línea, el proceso de la Convención Constitucional (CC) ha sido muy parecido al de una telenovela (principió en mayo 2021 y finalizará el 4/9/22), siendo también la apuesta política más significativa que hayamos emprendido desde el regreso de la democracia.

Partió como “caballo inglés”, con una aprobación del 80%. Imparable, con guionistas de fama (Atria, Bassa, Loncon), y actores nuevos y prometedores. Sin embargo, a poco andar, la telenovela se puso lenta y con protagonistas que dejaban mucho que desear (caso Rojas Vade). Y luego, larguísimos capítulos solo para ver cómo se organizaban, lo que mostró de inmediato falta de “management” y de liderazgo de productores y guionistas.

Y esa falta de liderazgo llevó a que los actores principales, los de reparto, y hasta los extras, se lanzaran en campañas de promoción individual o grupal, fuera del guion principal y en rebeldía con productores y guionistas. Así, unos votaban cantando, otros se insultaban en cámara, otro votaba en la ducha y grupos pifiaban el himno nacional y la bandera, y los esfuerzos por lograr una telenovela razonable se diluyeron en múltiples guiones individuales, en una larga hilera de artículos buenos, malos, vengativos, o irrelevantes. Y la telenovela empezó a no gustar, y se desencantaron actores e incluso los tramoyistas.

Quienes estaban a favor, inicialmente pedían no fijarse en los actores, sino que en el libreto, que aún estaba incompleto. Los actores eran malos -que duda cabía-, pero el guion era muy moderno, moderado y permitía los cambios que ameritaba el siglo XXI. Pero aparecieron detractores que estimaban que era irreparablemente malo, incoherente y prometía un futuro caótico y amenazante.

A resultas de todo esto, “el rating” fue bajando en forma dramática. La telenovela prometía ser un fracaso de aquellos. Y a pocos días del fin, el público está dividido (aparte de los indecisos, cada vez menos numerosos). Hay un porcentaje importante que aún afirma que el guion es rescatable, pero solo con modificaciones considerables (Apruebo para reformar); otro grupo -el más numeroso hasta ahora- cree que los actores fueron pésimos, que el libreto es abominable y no vale la pena reformarlo, sino más bien armar uno nuevo desde cero.

Lo cual lleva a la reflexión de que lo que se hizo es un fracaso gane quien gane, porque será partir de cero -o casi cero- se apruebe o se rechace.

Ahora, como en todos los dramas, habrá que buscar culpables. Y los vamos a encontrar por montones. Están los que impulsaron la idea de que esto era lo que la gente quería el 18/O, los ideólogos principales y también los malos actores (que incluso ahora, no renuncian a su protagonismo).

De modo que el resultado y el futuro se ve negro: partir con una telenovela nueva (reformada o desde cero), con nuevos actores (siempre hay disponibles), nuevos guionistas (a ver si hallamos alguno) y seguir viviendo en incertidumbre.

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