Columna de César Barros: No a la aplanadora
Una buena democracia no es donde las mayorías “le pasan la aplanadora” a las minorías. Y hoy con las redes sociales, la comunicación masiva instantánea y el voto obligatorio, las mayorías de hoy pueden ser las minorías de mañana y viceversa. Si no, vean las volteretas de las mayorías en Chile entre el 2019 y el 2023. La aplanadora puede ir y puede volver; siempre es peligrosa. Como explica sabiamente Deirdre McCloskey en su triada de libros (Leave me Alone and I’ll make you Rich, Bourgeois Dignity y Bourgeois Virtues), “la buena democracia es conversación, dulce conversación, la búsqueda del convencimiento, nunca del empujón, o la coacción del adversario”.
En América Latina, estamos llenos de pseudo democracias, que “empujan”, pasan la aplanadora y buscan aplastar -y a veces exterminar- a sus adversarios políticos. Vean a Perú, a Ecuador, para no mencionar a Cuba, Nicaragua y Venezuela. Y el resultado de la Convención Constitucional, con una aplanadora manejada “a la Stingo”.
La buena democracia no es la dictadura de la mayoría: es acuerdo, es diálogo, y en Chile ese sistema nos dio los treinta años de mayor progreso de nuestra historia. Treinta años de diálogo, negociación política y desarrollo. La aplicación de la mayoría sin más es de “ultima ratio”, la pega es discutir, dialogar y procurar convencer.
Tratar de “ir a por todo” como proclamaba el alcalde Sharp (también lo hacía el pirata del mismo nombre) no es buena democracia. Los alcaldes, presidentes y legisladores una vez electos, dejan de representar solo a sus electores: representan a Chile completo (eso se aplica hasta en los directorios de las empresas capitalistas). Pero esto, todos lo suelen olvidar apenas ocupan sus nuevos (o antiguos) asientos. En el juego democrático desaparecen los tabúes, y las verdades reveladas e inmutables como personas podemos tenerlas, pero cuando entramos al ruedo democrático, eso cambia. Y si no están convencidos de eso, que entren a las filas del comunismo, del fascismo o del nazismo, y a sus particulares luchas para expulsar a sus disidentes.
La democracia liberal espera que cada uno pueda dudar de sus convicciones para llegar a acuerdos. La pregunta, ¿puede ser que yo esté equivocado?, debiera ser algo que jueces, legisladores y presidentes debieran hacerse cada día al levantarse.
Ahora, lamentablemente, se sienten ruidos de aplanadoras y de retroexcavadoras: “¿porque crestas tendríamos que negociar con la minoría?”. Uno esperaría algo distinto de un profesor católico de Derecho Constitucional, que sabe -como académico que es- que en una democracia liberal el diálogo entre mayorías y minorías está en su propia definición.
Antes de Smith, Rawls, Hobbes y otros filósofos, se aplicaba la ley según determinaba un príncipe (o la Santa Inquisición). Eran aplanadoras terribles. No iguales a las que ahora nos muestran sus dientes, pero que igualmente son aplanadoras.
Por César Barros, economista
Comenta
Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.