Columna de César Barros: Perros grandes
Desde hace más de una década, el número de partidos se ha multiplicado como conejos en un campo de zanahorias. Y post 62%, el proceso se ha acelerado: PDG, Amarillos, Demócratas, Sharp, etc. Esto sin contar la multiplicidad de partidos y movimientos que componen el FA, donde conviven desde protochavistas, animalistas, izquierdistas cosecha 1968, hasta el Partido Pirata. Esta “diversidad”, tan aplaudida por la posmodernidad y por los líderes de la Convención Constitucional (CC) derrotados ese 4/9, no nos hace bien como país. Durante los denostados 30 años, con el binomial hubo tremendos avances y también grandes olvidos, pero los presidentes pudieron gobernar; hasta que se acabó y tuvimos una trancada de dominó que retrasó los cambios en salud, el combate a la violencia y la modernización del Estado, por mostrar solo unos pocos “pendientes”.
Tener pocos partidos, pero fuertes, permite gobernar, hacer política, negociar y avanzar. Y eso prestigia la política, a los políticos, y a los partidos, cuya popularidad está en el suelo, pero sin los cuales el país se hace ingobernable. Con infinitos mini partidos, con sistemas “de arrastre” que permiten elegir candidatos casi sin votos, distritos enormes que alejan a los representantes de sus representados y los desconectan de su realidad, el sistema actual no da para más. Y los ciudadanos más valiosos le huyen a la política.
Los ingleses, que son muy prácticos y con siglos de democracia, tienen un sistema que barre de raíz los males del nuestro. Tienen muchos distritos pequeños (más de 600), con representantes uninominales y segunda vuelta. Esto permite campañas personalizadas y baratas. Son buenos intermediarios para sus electores. Tienen cercanía, y eso los valida políticamente. Se coordinan mejor con los alcaldes y gobernadores.
Y el sistema uninominal da una ventaja clara a las posiciones de centro, a las que representan a las grandes mayorías, y al sentido común de la gente. Si hubiéramos tenido esto en el pasado, probablemente se habría creado un polo grande de derecha, otro de centro y otro de centro izquierda. También da la oportunidad para que zonas sin agua tengan voceros con una agenda distinta, que los ambientalistas ganen en Puchuncaví, y los del cambio climático en Petorca. Pero aparte de lugares más bien específicos, los partidos grandes y más bien de centro llevarían la batuta en el Parlamento y permitirían hacer gobernable al país, y lograr que los programas presidenciales se aprueben en una discusión “de perros grandes” (Sergio Onofre Jarpa, dixit).
Pero el sistema actual de grandes distritos (para dejar minorías vivas “por arrastre”, o por “bolsones electorales”), la aceptación de partidos casi sin barreras de entrada, sacando firmas en las calles, alejados de sus representados (para ser diputado o senador, basta dedicarse solamente a buscar votos en las mayores ciudades, y el campo vale hongo), lo único que logra es lo que observamos en Chile: montones de partidos, casi sin partidarios (miren las votaciones internas de cada uno, salvo el PC). Muchos caciques y pocos guerreros. Esto aparte de la devaluación evidente de la clase parlamentaria nacional, que hoy amenaza mostrar un circo, sino igual, pero que de repente rima con el de la farsa de la derrotada CC.
Por César Barros, economista
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