Columna de César Barros: Regulando al lote
El ministro de Agricultura, cuyos poemas al gremio de los camioneros pudimos leer y escuchar, está tan preocupado por una eventual reducción del suelo agrícola, que instruyó al SAG (bajo su tutela) impedir, en la práctica, los loteos de sitios en espacios rurales. Como si quisiera cercar los cascos urbanos, al estilo medieval, impidiendo la creación de suburbios razonables para la clase media. Y pretende remediarlo aumentando el actual límite de 5.000 metros a ¡20.000!, para poner una casa con una huerta más grande, y el sistema más caro y más ineficiente.
Los loteos cerca de ciudades como Temuco, Valdivia y Puerto Varas (solo por mencionar algunos lugares) responden a la necesidad urgente de la clase media, que no quiere vivir en guetos urbanos, o pagar precios imposibles dentro del casco urbano. Chile no tiene falta de espacio agrícola: lo que le falta al campo chileno es conectividad y riego tecnificado. Y estos loteos nada tienen que ver con la capacidad alimentaria del país.
La verdad es que lo lógico sería, más que pasar de media a dos hectáreas, bajar el mínimo a 1.000 o 2.000 m2, pero pedirles a los loteadores conectividad, electricidad y pago de servicios municipales como basura y purificación de aguas servidas. Es lo que se hacía en forma civilizada en La Dehesa y se sigue haciendo en otras partes. Lo que pretende el ministro va en contra de la regionalización, de la emigración a regiones de profesionales desde Santiago y encarecer el costo de la vivienda de clase media en regiones. Todos sabemos cuánto demoran en cambiarse los planos reguladores, y la burocracia -cuando no la corrupción- que los ahoga.
El crecimiento de las “ciudades rurales” es un fenómeno mundial y también histórico. Y no se va a poder detener esperando a la burocracia, a los informes, ni a los grupos ambientalistas que buscan “decrecer” la economía y la población. Es cierto que al crecer las ciudades las municipalidades adquieren mayores responsabilidades y costos, pero el remedio a eso no es tener más edificios, sino que las inmobiliarias instalen caminos, electricidad, agua potable, sanitización y salud.
Las familias menos pudientes -con larguísimas esperas- logran tener sus casas con subsidio y ahorro previo. La clase media, en cambio, está estrangulada por planos reguladores que nunca llegan, y precios imposibles de pagar dentro del radio urbano. Además, la situación actual ya tiene este tipo de condominios semirrurales, semiurbanos. Y no se ven como una carga social insostenible. Tampoco han afectado el PIB agrícola (salvo que el ministro tenga datos que respalden su tesis). Y la solución propuesta es aún peor que la vigente. Hay que ayudar a la regionalización, llevando profesionales jóvenes y capital humano fuera de Santiago, y no hacerlo más difícil, con argumentos peregrinos. Quizás el ministro quiera que Puerto Varas, Temuco o Valdivia se parezcan a Santiago centro, y en vez de suburbios bonitos y cómodos, verlos llenos de torres de 20 pisos y con sus calles y veredas invadidas.
El suburbio es un fenómeno razonable y estético, aparte de barato. Solo falta abrir los ojos y ponerle las exigencias necesarias.
Por César Barros, economista
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