Columna de César Barros: Revolución en la democracia

Fachada Ministerio de Hacienda


Corría el año 1971 -en plena Unidad Popular- cuando Jorge Cauas nos trajo a Economía de la PUC, al profesor de la Universidad de Glasgow, Sir Alec Nove, experto en las economías socialistas (las reales), y una autoridad reconocida mundialmente en historia económica rusa y soviética. Fue muy interesante, porque estábamos en la mitad del camino al socialismo de empanadas y vino tinto.

El gran problema de la URSS, nos contaba el inglés, era la imposibilidad de innovar y/o hacer cambios en la economía soviética. Todos los agentes, desde los pensadores del Gosplán, los gerentes de las empresas y los mandos medios, eran empleados del Estado soviético: eran burócratas. Y como innovar es riesgoso, y hacer cambios también, ni se innovaba ni se cambiaba. Si la innovación fallaba, lo mandaban al Gulag. Y si resultaba le daban una medalla, pero le subían la meta para el próximo quinquenio. Era un lose-lose, así que ¿para qué preocuparse? El otro problema, eran “las cuotas” de producción y sus métricas: la producción de zapatos se medía en pares producidos. La forma más práctica de cumplirla, era haciendo zapatos chicos. La meta para los clavos era en toneladas, y lo más dócil era producir puros clavos de 7′ y ojalá ningún clavo chico. Al otro lado del mundo, otros burócratas, del gobierno de los EE.UU., les imponían a los batallones que peleaban en Vietnam, cuotas de muertos enemigos (el famoso “dead count”) también con resultados abominables.

Y ahora que queremos modernizar el Estado chileno (vía Marcel o vía nueva Constitución) deberíamos revisar el funcionamiento de nuestra burocracia a fondo. Los directores de Obras Municipales (DOM) -por ejemplo- si se equivocan enfrentan un sumario. Si cumplen, muchas gracias. Y así los DOM de todo Chile, impiden que se cumplan las metas de construcción, sea por normas inflexibles, por falta de personal, o falta de supervisión hacia ellos. Y así sucede con toda la burocracia chilena: las listas de espera en hospitales, los necesarios cambios en la educación, etc, etc.

La burocracia -o sea los burócratas o trabajadores fiscales- deben tener un beneficio si hacen bien la pega, y no solo un sumario si se equivocan. La desidia debe ser castigada, pero la eficacia y la eficiencia debieran ser premiadas en forma real. La Contraloría y la Dirección de Presupuestos no solo deben velar por dónde se va la plata, sino también preocuparse de que se gaste bien. Y debería haber una institución potente, que vele por la calidad del servicio de la burocracia, para que cumplan sus deberes hacia la sociedad, en tiempo y forma: eficaz y eficiente, como manda la Constitución.

Manejan casi 1/3 del PIB, y son hoy por hoy un lastre para nuestro desarrollo. Pero nadie les mete mano, porque hay lobbys poderosos, y sindicatos -como la ANEF- a quienes nadie se les atreve.

Aprovechemos el impulso del “pacto fiscal” y de la nueva Constitución, para hacer cambios radicales en la operación del Estado, cuyo mal funcionamiento es la raíz de tanto malestar social.

Por César Barros, economista

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.