Columna de César Barros: Sebastián Piñera y los extremos
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Seguramente estará Sebastián Piñera en estos momentos mirando a esa barra brava que se opuso duramente a las reformas democráticas, a la mesa de diálogo de noviembre, y ahora a la reforma previsional.
De repente me parece escuchar el run run de voces del pasado. Un pasado muy ingrato, por cierto. “Los partidos marxistas han de convencerse de que mientras Dios me dé vida, haré lo posible por destruirlos con todas mis fuerzas y con toda mi voluntad”, dijo Adolf Hitler, el 10 de febrero de 1933, en el Sportpalast de Berlín. Tanto él, como Stalin y Mussolini, trataban a sus contenedores como gusanos, chupasangres, cobardes y traidores. Hoy, 90 años más tarde, escuchamos consignas como MAGA (“make America great again”) “la casta”, “la derechita cobarde” y otras consignas que suenan o riman con el “Deutschland über alles” y las caricaturas de la época contra judíos, socialistas y “desviacionistas” del rito estalinista. Los hay de derecha y de izquierda. Movimientos que no buscan el diálogo, sino la destrucción del adversario, a los cuales se debe caricaturizar, “funar”, excluir y sacar del juego democrático. Gente asustada por las nuevas tecnologías, y desilusionadas de sus representantes y autoridades, dispuestos a “probar alternativas” no democráticas, como en la Europa de los años 20, cuando escogieron a Hitler y a Mussolini. Desde el MAGA a la AfD, a los insultos de Milei, de Maduro y los Ortega. Y lo malo es que en Chile se puede observar que también hay una derecha “woke” que se niega al bien común, solo por destruir a sus adversarios cercanos y lejanos. Y también sigue viva esa izquierda que en 2019 estuvo a punto de derribar por la violencia a un gobierno democrático.
Y frente a ellos se alza como un gigante la figura del expresidente Sebastián Piñera. Estuvo activamente en la campaña del No, lo cual lo llenó de enemigos que no lo perdonaron nunca. Fue crucial durante la transición -esta vez desde RN-, colaborando con el gobierno de Aylwin en su reforma tributaria (que, como ahora, tenía en contra a la “barra brava” de economistas, que auguraban la ruina empresarial y fiscal). Dio su voto para sacar de la Corte Suprema a un juez corrupto (de nuevo, con la misma barra brava augurando el fin del Poder Judicial). Arriesgó la Constitución en vez de sacar a las FF.AA. para usar su poder de fuego en ese noviembre trágico. Prefirió el diálogo a las balas. La gente se olvida de esos momentos; se olvida de que fue él quien propuso una modificación concreta al sistema de pensiones de su hermano, crear la PGU y oponerse a los famosos “retiros”. Estuvo solo frente a la adversidad, y a sus propios partidarios. Pero la historia le dio la razón. Hoy, quienes con tanto empeño apoyaron los retiros (de izquierda y de derecha, que ahora “se hacen los lesos”), y los que no fueron parte de la mesa de diálogo sobre la Constitución, porque era “traicionar a sus principios” (preferían las balas o el anarquismo revolucionario), siguen insistiendo -unos- en que nada debe cambiar, y -los otros- por todo lo contrario.
Seguramente estará Sebastián Piñera en estos momentos mirando a esa barra brava que se opuso duramente a las reformas democráticas, a la mesa de diálogo de noviembre, y ahora a la reforma previsional, diciéndoles que negar la sal y el agua al adversario no es un gesto democrático, sino totalitario; que al adversario se le respeta; que no se le insulta ni se le “funa”, que la democracia es diálogo, consenso y acuerdo. Pero, me temo, las barras bravas no entienden ese lenguaje, y prefieren -por un lado- el lenguaje de MAGA y de Milei, y -por otro- el de Maduro y los Ortega.
Por César Barros, economista
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