Columna de César Barros: Solo recuerdos

Ruido de sables wsp


Corría el año 1924, con el Presidente Alessandri Palma muy cuestionado: Parlamento y Corte Suprema enfrentándolo. Y las FF.AA. en descuido por temas tanto económicos como profesionales.

El ministro de Guerra y Marina -el general Brieba- avanzó cuatro proyectos: ley de retiros voluntarios y obligatorios; aumento de sueldos, corrigiendo inequidades impresentables; ley de plantas y la ley de ascensos. Nada se consiguió: la Unión Liberal buscó perjudicar a don Arturo y vengarse del Ejército por ayudarlo a maniobrar en las elecciones pasadas. Al general Brieba lo reemplazó Gaspar Mora, que juró a la oficialidad el éxito de sus proyectos de ley, pero nada se consiguió. Ese año los suboficiales completaron seis meses impagos, financiados por los oficiales, y estos por los bancos. Y, coincidentemente, se puso en tabla el terminó de la calidad de “ad honorem” de los parlamentarios: la famosa “dieta” que existe hasta hoy. El 2 de septiembre sesionó el Senado para discutir la dieta, y se topó con una sorpresa: entre 50 y 70 oficiales llenaban las tribunas, aplaudiendo a la oposición -que no quería “la dieta”- y pifiando a los senadores de la coalición gubernamental. La dieta se aprobó y los oficiales se retiraron haciendo ruido con sus sables al bajar las escaleras del Congreso.

El consejo de gabinete presionó a don Arturo para castigar a los jóvenes rebeldes, y ese rumor llegó rápidamente a los cuarteles. La noche siguiente se repitió la escena, con más de 100 uniformados, y hubo que cerrar el acceso. Cuando el senador Opaso hacía uso de la palabra, el taquígrafo del Senado registró textualmente: “ruido de sables entre los militares en las graderías”.

En la mañana del 5, se reúne Alessandri -a petición suya- con una delegación de oficiales en La Moneda. El coronel Ahumada pide permiso a don Arturo para que el teniente Lazo -ayudante del mayor Ibáñez- lea las peticiones de la oficialidad, algo que el propio Presidente ingenuamente les había pedido para calmar los ánimos. Lazo lee las peticiones: veto a la dieta, reforma a las leyes orgánicas del Ejército, aumento de sueldos a las FF.AA., recompensas a los veteranos del 79, leyes sociales, impuesto a la renta y renuncia de los ministros Salas, Zañartu y Mora. Las caras de Alessandri y sus ministros cambian. Les pide incorporar al gabinete a la reunión, como era la práctica de entonces, pero esa fina lección de parlamentarismo fue interrumpida por el teniente Lazo: “no hemos venido aquí a pedir, sino a exigir”. Don Arturo se descompuso, y según algunas versiones, se fue encima del teniente Lazo para golpearlo, diciéndole “qué te has imaginado… tal de tu madre”. Y se retira de la reunión.

El día 8 de septiembre -solo tres días después del incordio en La Moneda- luego de deliberar ministros, generales y parlamentarios, todos se allanaron a aprobar “el petitorio Lazo” y fue en la práctica el fin del experimento parlamentario-aristocrático chileno. El resto es historia conocida: exilio de Alessandri, don Carlos Ibáñez surge como el nuevo poder mesocrático en la política chilena. Y se aprueba la Constitución de 1925. Y como decía Napoleón, “lo único que no se puede hacer con las bayonetas, es sentarse en ellas”.

Por César Barros, economista

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.