Columna de César Barros: Un logro educacional notable
Con el smog en Santiago, cuesta ver la cordillera. Y desde ahí cuesta ver Santiago. Cuando desaparece el smog, se aprecia esa maravilla de la naturaleza que son nuestros Andes: nuestra “majestuosa blanca montaña” del Himno Nacional. Y desde arriba se aprecia el valle iluminado.
Y cerquita de la capital, en medio de la nieve, está el pueblo de Farellones, donde nació el esquí chileno a principios del siglo XX, deporte traído por europeos que huían de sus guerras y de sus miserias. Lo maravilloso y especial de Farellones es su cercanía a la capital. Cuando yo estudiaba en California, mis compañeros no podían creer que se podía esquiar a una hora de la capital: a ellos les tomaba cuatro largas horas el llegar a “la sierra”, o a Nevada.
Farellones partió como un pequeñísimo poblado, de asistentes de los esquiadores: cuidadores de refugios, mecánicos de los andariveles, y maestros chasquillas de todo tipo. Nació en el corazón de una zona minera riquísima, aprovechando inicialmente los primeros esquiadores los senderos que la pequeña minería había abierto hace siglos, y antes que ellos, el imperio Inca. Pero cuando este deporte se hace más popular, se abren caminos y con el aumento de la población permanente del lugar surge la necesidad de educar a los hijos del personal, en una escuela local. Luego, hace 40 años, mentes soñadoras, amantes de las montañas, formaron allí la Escuela Nacional de Profesores de Esquí. Visionarios que se habían formado en los mejores centros del esquí europeo regresan a nuestros Andes, con los conocimientos suficientes para formarla… su primera acción fue apadrinar al colegio y escuela de Farellones, equiparlas y capacitarlas para la enseñanza del deporte blanco. Como los niños en invierno no podían tener educación física, el esquí fue el deporte y el pasatiempo. Y del colegio local, muchos pasaron a estudiar en forma profesional la enseñanza del deporte, egresando con el título profesional de instructores de esquí.
Hoy, la Escuela Nacional de Instructores de Esquí de Chile “exporta” casi 300 profesores de este deporte, a los cinco continentes y tiene una malla curricular reconocida internacionalmente. Sus egresados trabajan en China, Rusia, Australia, Europa, y donde haya montañas aptas para practicar este deporte; la mayor parte de ellos provenientes de la pequeña escuela básica, que educa a la juventud que vive en Farellones durante todo el año y que hoy son prestigiosos profesionales, altamente calificados. Viajan, han aprendido idiomas: un aporte silencioso pero efectivo al turismo nacional, y también importantes difusores de la belleza de nuestra “majestuosa blanca montaña”.
Qué diferencia con nuestros llamados “liceos emblemáticos” que, con el presupuesto nacional de por medio, son cohabitados por nidos de vándalos, de desprestigio y de violencia, cuando fueron -en épocas no tan lejanas- el trampolín de nuestras clases dirigentes, el crisol social donde se educaban juntos la élite social, con la clase media y con las generaciones emergentes. Lo realizado allá arriba, en forma tan silenciosa, y con tan poca ayuda, debiera alentarnos a no descansar por tener una educación de nivel internacional, con paz, con esfuerzo y con valores patrios.
Por César Barros, economista
(#) Escrita con la colaboración de Claudio Díaz Rodríguez
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