Columna de César Barros: ¿Winter ja?

Taller Penitencieria


La primera “batalla ideológica”, que recuerdo, fue la de Bismarck contra los católicos, en particular contra el Partido de Centro que los representaba (la Kulturkampf). Y fue un fracaso para el Canciller de Hierro. Luego hubo otras libradas por el fascismo y el nazismo, que afortunadamente fueron cortas, pero tremendamente belicosas y sangrientas. Y las del comunismo (libradas contra sus propios compatriotas) que duraron casi un siglo, y que estuvieron presentes en Europa, Asia y A. Latina. Todas fueron un tremendo fracaso.

La verdadera democracia no se hace con batallas, sino con diálogo, amistad cívica y respeto a quienes piensan diferente. Como dice la gran economista Deirdre McKloskey: “Diálogo y conversación. Dulce conversación. Nada de empujones”. Nada más lejano a una lucha ideológica.

En la antigua RDA -así como en Cuba, Venezuela, y Nicaragua-, el Estado acosaba a diario “educando” a sus ciudadanos sobre las bondades del marxismo leninismo, del socialismo y de la conciencia de la clase obrera. Y a pesar de que por décadas, primero Walter Ulbricht y luego Erich Honecker trataron y trataron, no pudieron convencer a los alemanes. Y tuvieron que levantar un muro ignominioso para que no se arrancaran a lugares donde el Estado no daba batallas ideológicas, sino más bien les solucionaba sus problemas, crecían, se desarrollaban, y les daban libertad para elegir no solo lo que consumían, sino que también a quienes los gobernaban.

Hoy lo mismo pasa en Cuba, Venezuela y Nicaragua. Solo hay una voz política y económica: la de la guerra ideológica vigente; la educación y reeducación de sus ciudadanos, tratando de demostrarles la bondad de sus fracasos. Y, de paso, culpar a la CIA y al imperialismo de sus males autoinfligidos. Y así venezolanos, cubanos y nicaragüenses lo único que quieren es arrancarse a tierras sin guerras ideológicas, donde los gobiernos se dediquen a crecer y a desarrollarse, más que a predicar ideas derrotadas. Y su destino preferido es -increíblemente- el corazón del imperio al que ellos declaran su enemigo número uno.

Las guerras de la gente común y corriente, que no están en el Parlamento, ni en el gobierno, son contra la delincuencia, contra el crimen desatado, y contra la pésima educación y salud estatal. Quieren tener liceos de excelencia para sus hijos, en que se premie el mérito y el esfuerzo personal; quieren que no les cambien la plata verdadera de sus AFP por “cuentas nocionales”; que no les quiebren sus Isapres y que sus esfuerzos sean reconocidos.

Nada más lejano a la disputa ideológica del FA+PC, o de las fantasías retro de los republicanos. Los dos últimos plebiscitos así lo demostraron con total claridad, derrotando a ambos extremos. Y el fracaso de los Estados en sus luchas ideológicas es muy reciente.

Bien haría el diputado Winter y sus aliados en trabajar en las soluciones concretas que la gente necesita (y que no son pocas), en vez de tratar de “reeducarlos” o “sacarlos al pizarrón” (Vidal dixit) como si con palabras se pudieran arreglar los problemas concretos de la gente.

Por César Barros, economista