Columna de César Barros: No solo es el CAE

Estudiantes Universitarios


Tanto se ha escrito sobre el CAE, que “caigo” en la tentación de tocar el tema. El dichoso CAE, luego de diversas modificaciones, sigue cojeando: un porcentaje superior al 50% está moroso, y su cobranza parece difícil luego de los anuncios de un “perdonazo universal” anunciado por el FA+PC desde la última campaña presidencial.

Pero hay aspectos del sistema que no son atribuibles al CAE: solo un 15% de los alumnos se titulan en el plazo “oficial” de su carrera, un 60% lo hace tres años después y un 35% abandona su carrera antes de terminarla, y con eso, se quedan con deuda y con trabajos de mucho menor calidad. Entonces, vale la pena ver qué pasa con nuestro vetusto sistema universitario.

El 60% que alarga su carrera, lo hace muy posiblemente porque trae una formación deficiente. El 35% que abandona sus estudios, puede tener dos causas: la imposibilidad de pagar por causas externas o, simplemente, a que se consideran incapaces de seguir el ritmo de los estudios. Cuando en los años 60 y 70 la universidad era entre gratis y muy barata, estaba lleno de casos de alumnos en estas situaciones. Y que ahora no parece ser distinto, CAE o no CAE.

Una forma de ir aliviando a los estudiantes es, primero, acortar las carreras: un sistema como el norteamericano de “college” de solo 3-4 años de formación general, donde se corrijen las deficiencias heredadas de una mala enseñanza anterior. Donde aprendan cabalmente literatura, cálculo y contabilidad, por ejemplo, elementos básicos para la vida y para cualquier futura profesión especializada, o para desempeñarse en amplias áreas que no requieren un título profesional tradicional. El sistema de “college” es mucho más barato que el actual, y permite a sus egresados decidir, con mucho mayor madurez, la futura carrera profesional y/o técnica en la que se sientan a gusto.

Y luego viene una segunda etapa, donde quienes quieran, eligen una carrera profesional que dura entre dos y tres años, con una prueba de admisión más estricta que nuestra PSU, y donde deben mostrar sus aptitudes para pasar a un grado académico superior. Y en esta etapa, muchos programas de doctorados y magíster se financian mayoritariamente con becas. Un alumno con la formación cultural y de conocimientos adquiridos en el “college” puede pasar a la etapa siguiente con su vocación bien definida, y con la debida preparación como para no repetir cursos o desertar.

Pedirles a alumnos con mala base académica y, además, sin una vocación definida, estudiar durante largos 7-8 años es una brutalidad. Los “colleges” deben iluminar a los recién egresados de colegios y liceos, a mirar un amplio abanico de materias que los ayuden a definir su vocación y que les corrijan los defectos heredados de nuestra pésima educación básica y media. Y las universidades (e institutos tecnológicos) que entreguen títulos de post grado o técnicos, deben concentrarse en carreras con empleabilidad futura realista, y agregar ciertamente las nuevas ciencias: inteligencia artificial, robótica y digitalización, por ejemplo. Tampoco las universidades deberían “enseñar de todo”, sino más bien especializarse en formar profesionales en una o dos áreas fuertes. En resumen: el CAE es un problema, pero en gran parte derivado de nuestro sistema educacional terciario.

Por César Barros, economista