Columna de Christopher Martínez: Reforma al sistema político: algo más de ambición
La semana pasada, un grupo de senadores dio a conocer una reforma acotada pero sustantiva para mejorar el sistema político chileno. La propuesta incluye un umbral de 5% de votos para tener presencia en la Cámara y medidas “anti-díscolos”, todo esto con el fin de reducir la fragmentación y la indisciplina interna de los partidos.
Una reforma que mejore la política es en extremo necesaria. La política chilena ha experimentado un deterioro sistemático en las últimas décadas. No es ninguna sorpresa que la reforma propuesta no sea suficiente. Sin embargo, desde mi perspectiva, hay cinco aspectos que deberían considerarse.
Primero, un síntoma del debilitamiento de los partidos es la inclusión de independientes en sus listas electorales. Por un lado, el partido busca ser competitivo electoralmente externalizando esa tarea en un independiente. Por otro lado, el “independiente con apellido de partido” busca mejorar sus posibilidades de ser electo pero manteniendo un halo de autonomía al declararse como tal. La reforma debería exigir que los candidatos en las listas de partidos sean militantes, lo cual promovería la carrera política y la dinámica interna de las agrupaciones.”
Segundo, las listas electorales debieran ser cerradas y bloqueadas para que a las personas les quede claro desde antes de la elección que su voto siempre ha ido primeramente a una lista, aunque vote por una persona en particular. Esto, además, contribuiría a despersonalizar en alguna medida la política electoral.
Tercero, la propuesta debe abordar de mejor manera cómo evitará la elección de “diputados de nicho”, es decir, aquellos que son electos con un puñado de votos y que una vez en sus cargos principalmente sirven a su pequeña “cámara de eco”, muchas veces oponiéndose a proyectos colectivos y con vocación de mayoría.
Cuarto, se debe revisar el reembolso por votos que hace el SERVEL. Ser candidatos/as puede ser un fin en sí mismo porque incluso si pierden reciben recursos por los votos obtenidos. El financiamiento público a las campañas electorales es correcto, pero este no debe ser un incentivo para presentar candidaturas.
Quinto, un último problema de la reforma es que no tiene medidas que afecten más directamente al electorado. Una manifestación palpable de la fragmentación la sufrió la ciudadanía durante las elecciones de octubre pasado producto de las llamadas “sábanas”, como se conoce coloquial y despectivamente a las papeletas en extremo extensas, que en varias localidades contenían más de 60 candidatos/as. Esto resultó en demoras significativas y largas filas al votar. A esto se le suma los altos costos para informarse sobre las candidaturas, el bajo conocimiento sobre los cargos a llenar, y la aguda desconfianza hacia la política. El rechazo a la “fiesta democrática” e incluso al voto obligatorio durante dicha jornada fue importante. Una reforma al sistema político también debiera abordar los problemas que se observan en este nivel, el subnacional.
Las reformas propuestas avanzan en la dirección correcta, pero sus resultados podrían ser insuficientes, incluso si se trata de la primera de una serie de modificaciones. Es fundamental incorporar los elementos mencionados anteriormente para evitar que una reforma bien intencionada se convierta, inadvertidamente, en un ejemplo de gatopardismo.
Por Christopher Martínez, Director Alt. del Núcleo Milenio sobre Crisis Políticas en América Latina – CRISPOL, Profesor Asociado de la U. de Concepción.