Columna de Claudia Sarmiento: La posibilidad de acordar
En el transcurso de los últimos cinco años hemos vivido intensamente una democracia que parece no ser capaz de entregar resultados para problemas complejos y de largo aliento. Parte de esta dificultad está en las condicionantes de un sistema político que tiende a la fragmentación y el caudillismo. Quien gobierna debe negociar con una diáspora de interlocutores, muchos de los cuales instrumentalizan su posición para granjearse intereses propios. Por otra, hay un componente cultural que no debe ser soslayado.
Acordar entre quienes sostienen miradas contrarias demanda un esfuerzo por comprender la posición del otro. Básico y aparentemente simple, para concordar debe identificarse a qué se aspira y buscar formas en las cuales pueda encontrarse un punto común, distinguiendo la posibilidad de que exista más de un camino para satisfacer los intereses que se resguardan. Este diálogo es un ejercicio de flexibilidad y tolerancia; si se quiere, de prudencia.
¿Cuánta flexibilidad, tolerancia y prudencia existe en nuestro Congreso? La estridencia y los comentarios altisonantes son los que más cautivan a las audiencias y más adhesiones parecen tener en redes sociales. Existen parlamentarios que se ufanan por la prensa de que “no están disponibles” para que un proyecto sea debatido, o que otro pueda avanzar. Califican de timoratos o pusilánimes a quienes están disponibles para avanzar o bien de haber perdido sus convicciones. La bravata tiene como consecuencia que los liderazgos se anquilosan en posiciones principistas y radicales. Cualquier posibilidad de diálogo y acuerdo está destinado al fracaso en el foro que por antonomasia debe ofrecer ambas acciones.
¿Es este estilo de liderazgo y de hacer política el que nos entregará leyes que contengan políticas públicas para enfrentar los grandes desafíos del país? ¿Será esta la cuna de las soluciones técnicas y políticamente más adecuadas para una sociedad moralmente plural? Quienes defienden sus convicciones y principios como las únicas alternativas frente a una divergencia, o bien se imponen por la fuerza o son los mejores custodios del status quo. Esta forma de ejercer el poder es un reflejo de la cultura y los valores de quienes lo detentan. En las antípodas, para alcanzar acuerdos, hay que creer que es posible el encuentro con el otro y propiciar su búsqueda aun cuando eso suponga que en el proceso las propias convicciones cedan o cambien.
Hoy, el problema reiterativo es el sistema de pensiones. Los últimos tres gobiernos han presentado infructuosamente fórmulas para avanzar en su modificación. Gracias al pilar solidario y luego a la pensión garantizada universal existen mejoras, pero ni una ni otra han movido la aguja para reformar un sistema de pensiones que a todas luces garantiza la pobreza para miles de personas. ¿Existe posibilidad de un diálogo genuino? ¿Uno que ofrezca una solución real a un problema doloroso o, por el contrario, priman la rigidez identitaria y la mantención del statu quo?
Por Claudia Sarmiento, profesora de Derecho Constitucional Universidad Alberto Hurtado
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