Columna de Claudia Sarmiento: Procrastinar
La palabra para la acción de diferir una tarea importante y enfocarse en otras de relevancia secundaria, aun cuando el efecto sea pernicioso y nos cause problemas, es procrastinar. Procrastinamos porque lo que debemos hacer nos provoca inseguridad, sentimientos incómodos o inconfesables y evitamos aquello que nos genera molestia, aun cuando estamos claros que de nuestras conductas se seguirán malas consecuencias.
Nuestra clase política, al eternizar el acuerdo por una nueva Constitución, procrastina. Las fuentes de escozor para el amplio espectro de fuerzas políticas abundan: desde el caos vivido con la revuelta social de 2019, las violaciones a los derechos humanos, la tolerancia a la violencia como forma de manifestación política y la consiguiente demostración de la fragilidad del sistema político; el avasallador resultado del Apruebo de 25 de octubre de 2020, las dinámicas dentro de la Convención Constitucional, la campaña electoral y el manto de dudas que sembró sobre la existencia de noticias falsas orientadas a manipular a los votantes, hasta el contundente triunfo del Rechazo al texto de nueva Constitución, por mencionar algunos de los hitos que hemos vivido en los últimos años.
Tanto el oficialismo como la oposición tienen motivos para encontrar en la necesidad de una nueva Constitución una fuente de inseguridad o decepción. Para los primeros, la derrota del 4 de septiembre invita a pensar dos veces sobre la conveniencia de someterse nuevamente a las urnas y exponerse a una segunda derrota. Para los segundos, la experiencia de perder incidencia en la definición de la sustancia de la nueva Constitución y la posibilidad de que ésta tome distancia del modelo del texto del 80, el que se ajusta a sus convicciones, también opera como factor de ansiedad. No obstante, ceder ante estos miedos y dilatar la definición de un acuerdo político que encauce el proceso constitucional es un error mayor.
La necesidad de un nuevo texto constitucional se mantiene vigente y de aquello existe un consenso bastante transversal. Las deficiencias de nuestro sistema político saltan a la vista, las limitaciones para avanzar en la profundización de un sistema de regionalización, las constricciones a la provisión por parte del Estado de derechos universales a partir de criterios de solidaridad o bien la improcedencia respecto de esta para los particulares que actúan en el rol del Estado, continúan limitando al sistema democrático.
Ahora bien, más allá incluso de la necesidad de contar con una nueva Constitución, uno de los daños más notorios tras la procrastinación es que la ciudadanía deja de percibir a la clase política como una que sea capaz de resolver los problemas importantes y profundos de nuestra sociedad. En la sombra de esta falta de idoneidad es donde crece el populismo y caudillos asistémicos. Es urgente que lo importante recobre su lugar en el trabajo de nuestra dirigencia.
Por Claudia Sarmiento, profesora de Derecho Constitucional Universidad Alberto Hurtado
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