Columna de Cristián Garay: Entusiasmo, desesperanza y más de lo mismo
Uno de los incentivos más importantes para la solución de la crisis migratoria venezolana era un triunfo opositor. Es que la restauración de la confianza cívica, un nuevo ordenamiento económico, y una reinserción internacional eran las cuestiones que se veían en el horizonte de aquél. Incluso María Corina Machado, la lideresa de esta candidatura radicada en un tranquilo Edmundo González, había perfilado negociaciones y un modelo de transición similar al chileno. En el horizonte medio se veían acuerdos con China Popular, el gran inversor y acreedor de Venezuela, para desarmar el entorno de sus aliados autocráticos. Desgajado de otras tesis como el interinato que preconizó en su momento Leopoldo López, aupado por el triunfo legislativo –que se vio privado de toda trascendencia al instaurarse una Convención Constituyente que succionó sus poderes-, y frente a la argamasa institucional del chavismo-madurismo que controla los órganos judiciales, la Fiscalía, el Consejo Nacional Electoral, el Congreso, y la incondicionalidad de las Fuerzas Armadas, de orden, seguridad y los anillos de poder armado informal como los colectivos (grupos de pandilleros en motocicletas), la salida electoral que apadrinó Machado despertó entusiasmo. Fue su poderoso discurso y la imaginación la que movilizó la población en forma ostensible a los centros de votación, que fueron privados de veedores internacionales, y que tuvieron crecientes restricciones para los testigos (apoderados) de la oposición hasta el punto que, en la fase final del recuento, cuando ya se había caído la página del Consejo Electoral, fueron expulsados del conocimiento y verificación de las actas.
En rigor, esto es la consecuencia del fraude antes del fraude. Ya lo preconizó a horas del comunicado oficial en CNN el senador José Miguel Insulza, al decir que el régimen ya preparaba el desconocimiento del triunfo opositor. Es que eran elecciones, que, estipuladas en los Acuerdos de Barbados, no impidieron el encarcelamiento (y a veces simple secuestro) del equipo opositor, el desconocimiento del mecanismo de nominación en torno a Machado, y luego la no inscripción informática de la inscripción de su primera sucesora. Tampoco la asimetría de medios y exposición de recursos, la intervención constante de sus autoridades, la creación de candidaturas de falsa bandera pro régimen, el control de partidos de “oposición” que no eran tales, etcétera. Esto se une a otras maniobras como el redibujamiento de los distritos electorales –que afecta a elecciones de alcaldes y parlamentarios- y el desconocimiento de sus derechos de voto a millones de venezolanos al no expedir ni actualizar pasaportes y carne.
La experiencia del régimen en controlar elecciones viene de mucho antes. En 2010 la oposición ganó el Congreso, pero éste fue despojado de toda atribución. En otra elección presidencial se cayó el sistema y tras ir ganando el opositor, terminó perdiendo horas después cuando volvió la electricidad y las ganas de triunfar. Un Consejo Nacional Electoral partisano ha acompañado con inhabilitaciones y advertencias, concentrando la única lectura de los votos, que impidió un escrutinio ciudadano como fue en el plebiscito del 89 en Chile, cuando las Fuerzas Armadas y de Orden actuaron en el recuento final.
Vistos así, eran muy difíciles las condiciones en que el reto opositor se desenvolvía. ¿Se podía esperar una (im)posible división en el seno de sus Fuerzas Armadas? Difícil dada la amalgama gobierno-fuerzas armadas como el mismo Maduro proclamó. Tampoco contaban con una actitud honesta de esperar las elecciones con ánimo de aceptar los resultados, e intensificaron el control para impedir una reacción ciudadana, exhausta tras la emigración de 7,7 millones de venezolanos al exterior, entre ellos, la mayoría de los estudiantes que fueron la vanguardia de esa resistencia.
El corte de luz y la suspensión de la actividad pública del ente electoral, atribuido a atentados “terroristas”, permitió que las Fuerzas Armadas y de Orden expulsaran a los testigos de la oposición, mientras los colectivos salían a imponer su orden en las calles inhibiendo una reacción ciudadana. El resultado publicado por Elvis Amoroso tiene un guión ya conocido. El “ciudadano” (en rigor candidato-Presidente) Maduro obtuvo más de la mitad de los sufragios según un conteo que no ha sido verificado por nadie ajeno al propio grupo. Un grupo de incondicionales traídos desde el exterior ha refrendado esos datos que son contradictorios con las actas existentes por la oposición. En Chile, el Presidente de la República, Gabriel Boric, ha declarado que no reconoce este triunfo sin una prueba documental: “Hasta el momento, con la información que tenemos, todavía no se entregan todas las actas que podrían verificar esa elección. Mientras eso no se haga, nosotros como país nos vamos a abstener de un reconocimiento a lo que ha señalado el Consejo Nacional Electoral”. No la habrá. El régimen está consolidado en la forma de una democracia no competitiva y autocrática.
Por Cristián Garay Vera, Universidad de Santiago de Chile
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