Columna de Cristián Valdivieso: La democracia como excusa

La democracia como excusa
La democracia como excusa. AP Photo/Ariana Cubillos.


Nuestra democracia representativa enfrenta un escepticismo creciente. Según la última encuesta CEP, solo un 52% de la población la percibe como la mejor forma de gobierno y la confianza en sus instituciones está en el piso: 6% para el Congreso; 3% para los partidos. Si a esto agregamos el antipartidismo que impera en los propios políticos (tenemos récord de independientes para las municipales) y dos procesos constituyentes fallidos, el panorama es alarmante.

Por lo mismo, es crucial mirar con atención las causas que abrieron el camino a la dictadura chavista en Venezuela. Antes de la llegada de Chávez al poder en 1999, el país estaba sumido en una profunda crisis de desigualdad económica y social. Aunque era un país rico en petróleo, la mayoría de la población vivía en pobreza, mientras observaba con impotencia la crónica indiferencia de las instituciones políticas y el avance implacable de la corrupción gubernamental.

Durante la segunda presidencia de Carlos Andrés Pérez, Venezuela vivió su propio estallido social: el Caracazo de 1989. Un levantamiento popular contra el gobierno que dejó una huella imborrable de descontento en la población.

Chávez no surgió de la nada. Llegó al poder 10 años después como resultado de una sociedad desencantada que creyó encontrar respuestas en un discurso populista que resonó ilusoriamente en una población harta de la indiferencia y falta de respuestas de los partidos tradicionales.

Guardando las proporciones, experimentamos síntomas similares. En complemento a la CEP, datos de Criteria muestran una desconfianza institucional transversal; una percepción de corrupción extendida en el sector público; y el renacer del encono con los abusos empresariales.

Esta desafección no es muy distinta a la Venezuela pre Chávez, donde la desidia de las élites políticas y económicas cocieron el caldo para el ascenso de un líder populista para quien la democracia era solo una excusa para perpetuarse en el poder.

La dictadura en Venezuela es terrible en sí misma, pero también un espejo del que podemos desentendernos u optar por mirarnos. Nuestra democracia no está asegurada y la erosión de la confianza en la misma es la puerta para líderes autoritarios o populistas, que más temprano que tarde ofrecerán soluciones rápidas y radicales a problemas complejos que requieren de grandes acuerdos.

Cuando la élite venezolana pudo estar a tiempo de espejarse en los dramas institucionales de otros países, optó por desentenderse. En 1989 el Caracazo fue el germen de lo que en 1999 cristalizaría en la primera elección de Hugo Chávez.

30 años después, en Chile tuvimos nuestro propio Caracazo, uno que no estuvo tan lejos de terminar en un gobierno liderado por un acérrimo defensor del régimen de Nicolás Maduro como Daniel Jadue.

Sabemos que el alcalde de Recoleta es un “Maduro lover”, lo que no sabemos es si él, u otro “Maduro lover”, o “Bukele lover” si alguien prefiere, también usarían la democracia como una excusa.

Por Cristián Valdivieso, director de Criteria