Columna de Cristián Valdivieso: ¿Merece una estatua?
Con sus luces y sombras, Sebastián Piñera dejó una huella imborrable en la historia reciente de Chile.
A un año de la muerte de Sebastián Piñera, su figura sigue generando debate. En vida, despertó pasiones intensas, tanto de admiración como de rechazo. Su ambición, su impulso competitivo y su incesante búsqueda de validación marcaron su trayectoria. No le bastaba con ganar, debía demostrar que era el mejor. Esa misma pulsión lo impulsaba a avanzar, a veces con desfachatez, otras con una determinación admirable.
Eugenio Tironi, en su libro “Por qué no me quieren”, exploró esa compulsión por el éxito y la gestión que tanto definía al exmandatario. Cada decisión, cada acción, parecía responder a esa búsqueda de validación. Quería ser querido, pero su personalidad generaba pasiones encontradas más que afecto.
Tuve la oportunidad de conocerlo en los días convulsos del estallido social, cuando ya rondaba los 70 años y la sabiduría que da la experiencia. Conversamos en varias oportunidades, y encontré en él una importante capacidad de escucha y reflexión que combinaba con el entusiasmo de un niño, genuina preocupación por Chile y gran ambición. Era una verdadera esponja para absorber lo que le hacía sentido y no temía a los puntos de vista contrarios. Tenía, además, la piel lo suficientemente gruesa para soportar críticas sin desenfocarse.
Aunque llegó a tener la menor aprobación para un Presidente durante su mandato, hoy es valorado por la ciudadanía como un gran expresidente. Su manejo de la reconstrucción tras el terremoto de 2010, el rescate de los mineros, su visionario liderazgo en pandemia y la implementación de la PGU dejaron una huella profunda. Con su excepcional capacidad de gestión, Piñera salvó vidas y con ello cimentó parte de su legado.
Pero este legado no es solo de gestión. Como político, reconfiguró el mapa de la derecha. Habiendo votado No en 1988, logró correr los límites de una derecha conservadora y pinochetista, empujándola a abrazar la democracia liberal. Durante la transición, articuló la democracia de los acuerdos, y para la revuelta de 2019, eligió el Acuerdo por la Paz y una Nueva Constitución en lugar de la militarización, reafirmando su compromiso con la institucionalidad y el diálogo como eje de la acción política.
Aun sabiendo que su carisma le imponía un cerco emocional con la sociedad, sí, es probable que, en alguna medida, Piñera haya vivido buscando el éxito como una forma de ser querido. Pero, más allá de interpretaciones freudianas, el hecho es que canalizó esa pulsión a través de su obra como Presidente. “Por sus obras los conoceréis”, dice la Biblia, y como la historia no premia solo a los líderes carismáticos, hoy, a un año de su muerte, es su obra como legado la que le ha dado reconocimiento y, finalmente, el cariño ciudadano.
Con sus luces y sombras, Sebastián Piñera dejó una huella imborrable en la historia reciente de Chile. ¿Merece una estatua? Sí. No solo por sus dos presidencias y por haber salvado muchas vidas, sino también porque, como dijo el propio Presidente Boric, “fue un demócrata desde la primera hora”.
Por Cristián Valdivieso, director de Criteria
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