Columna de Cristián Valenzuela: Amiga, date cuenta
La verdad, es que el show de Javiera Contador fue fome. Muy fome. Relatos inconexos, chistes sin remate y narraciones muy extensas que, frente a un público que venía de una experiencia increíble con Bocelli, simplemente no logró entusiasmar.
“Estamos en un momento de mucha odiosidad” fue la respuesta de Javiera Contador cuando fue consultada por su fracaso en Viña del Mar. Fueron 36 minutos de sufrimiento para cualquier espectador que veía cómo la actriz, devenida en comediante, extendía la agonía de una rutina en medio de una pifiadera sostenida de la mayoría del público. Pero ella no se sintió culpable, la responsabilidad era de otros.
La culpa, entonces, no sería de Andrea Bocelli y su excepcional presentación, que dejaron al público embelesado, con ganas de más premios y una extensión del show. Tampoco, suponemos, tendría que ver con la rutina ni con el oficio del artista, porque según ella, fueron más de 300 shows donde el púbico quedó fascinado con sus relatos y chistes. No, nada de eso, fue la odiosidad de los chilenos.
Pero al día siguiente, la odiosidad se esfumó. En poco más de una hora, Luis Slimming no solo conquistó a la Quinta Vergara, sino que le sacó carcajadas de millones de chilenos por la televisión, con un humor directo, fácil y rápido.
Tanto Contador como Slimming llegaban complicados a Viña del Mar. La primera, con un traspié en el Festival de Coihueco, donde fue pifiada y obligada a abandonar el escenario; el segundo, en Chile Chico, donde su rutina no pudo enganchar con un público que era distinto del habitual. Según Contador, su fracaso en Coihueco se debió a que “las mujeres se reían mucho y los hombres no tanto, había algunos medios curados esperando la música”; en tanto, Slimming, reconoció que buscaba “salir de su zona de confort” y que arriesgarse con públicos nuevos era parte del entrenamiento que debía tener cualquier artista.
La verdad, es que el show de Javiera Contador fue fome. Muy fome. Relatos inconexos, chistes sin remate y narraciones muy extensas que, frente a un público que venía de una experiencia increíble con Bocelli, simplemente no logró entusiasmar. Antes de culpar al público y al supuesto clima de odiosidad, sería mejor hacer una reflexión interna y asumir su propia mediocridad. Quizás la preparación fue insuficiente o la rutina simplemente no sintonizó ni con el público presente, ni con el país que la veía al otro lado de la pantalla. La misma Contador que arrasó cuatro años atrás, con un relato política y socialmente cargado, ahora fracasa estrepitosamente con una narrativa que no motivó a nadie.
Slimming, por su parte, brilló desde un inicio. Si bien no entró con la pifiadera intensa que heredó Contador de Bocelli, venía precedido de un show exitoso como el de Maná y sabía que tenía que convencer de entrada al público, para que le diera una oportunidad. Y no solo lo logró, sino que desarrollo una rutina llena de riesgos, con chistes sobre temáticas complejas incluyendo la política, la sexualidad y la discapacidad. Una presentación estudiada, preparada e implementada a la perfección, no solo permitió dejar atrás las pifias del día anterior, sino que fue premiado con dos merecidas gaviotas como premio a su talento y capacidad.
Lo más fácil es echarle la culpa a otros por el fracaso propio. Pero la realidad, en este caso, superó a la ficción y las excusas, lo que quedó evidenciado en el contraste entre uno y otro show. Los chilenos no son odiosos, sino que, todo lo contrario, están dispuestos a una buena carcajada cuando el artista se prepara y los hace reír de verdad. Amiga, date cuenta y asume la triste realidad.