Columna de Cristián Valenzuela: El silencio de los indolentes
Ronald Ojeda murió a los 32 años, asfixiado y a miles de kilómetros de Venezuela, su tierra natal. De todas las crónicas que se han escrito y filtraciones del expediente judicial, nadie se ha aventurado en afirmar la posibilidad de que Ojeda haya sido encerrado vivo dentro de la maleta y luego enterrado bajo tierra y cemento a más de un metro de profundidad, sufriendo una lenta, tortuosa y angustiante muerte. ¿Habrá ocurrido así en este caso? ¿Habrán emulado sus captores el modus operandi que se utiliza en crímenes similares en Bolivia, México y Colombia? ¿Murió gritando o en silencio, resignado a la inevitabilidad de la muerte?
La vida de Ojeda fue todo menos silenciosa. Con solo 26 años fue apresado y torturado por la dictadura de Maduro. Escapó de la cárcel, huyó de su país y rehízo su vida en Chile, donde obtuvo la condición de refugiado por ser un perseguido político en Venezuela. Con todo eso, no dejó de alzar la voz para denunciar a la dictadura bolivariana lo que le valió, hace solo unas semanas, ser degradado y expulsado del Ejército por traición a la patria.
Una de las frases que Ojeda solía compartir en sus redes era de Simón Bolívar, cuando afirmaba que “como amo la libertad tengo sentimientos nobles y liberales; y si suelo ser severo, es solamente con aquellos que pretenden destruirnos”, añorando siempre con el fin del régimen, levantando la voz para denunciar las injusticias y con la esperanza intacta de que, algún día, la libertad volviera a avanzar en Venezuela. La severidad de las palabras y las acciones de Ojeda, parafraseando a Bolívar eran proporcionales al daño que ha hecho la dictadura venezolana a ese país y a la destrucción que eventualmente le terminó quitando la vida al propio Ojeda.
Dieciséis días tuvieron que pasar para que el Presidente de la República, Gabriel Boric, se pronunciara formalmente sobre este homicidio. Dieciséis días de silencio indolente, insensible y desconectado del oficio presidencial y de la realidad de los chilenos. “Como Presidente, yo también hablo a través de los ministros”, afirmó Boric, excusándose. “Los hechos hablan más que mil palabras”, había afirmado la ministra Tohá días antes, defendiéndolo.
Pero la verdad es que el silencio, en este caso tan macabro y que ha causado tanta conmoción y agitación pública, requería un pronunciamiento del Primer Mandatario mucho más inmediato y contundente que el expresado el viernes, 16 días tarde. Por la magnitud del crimen, tenía que hablar. Por la posibilidad de que hubiera intervención extranjera, tenía que hablar. Por respeto a la familia, tenía que hablar.
Y no habló, como se ha hecho costumbre. El contraste entre Ojeda y Boric es abismante. Mientras el primero entrega su vida, literalmente, al servicio de una causa noble como la libertad de un pueblo oprimido, el segundo derrocha la suya, desperdiciando la oportunidad de darle sentido a un gobierno sin rumbo.
Este lunes se cumplen dos años desde que asumió el Presidente Gabriel Boric y quedan pocas dudas de que Chile hoy es más pobre, inseguro e inestable que hace dos años. Justo cuando requeríamos un liderazgo inspirador, que sacara a Chile de la mediocridad y del estancamiento; un gobernante con carácter, que protegiera a las familias, hombres y mujeres, de la delincuencia y el narcotráfico; un mandatario innovador, que con creatividad dibujara un atajo hacia el desarrollo; nos tuvimos que conformar con la mediocridad, pusilanimidad y la indolencia de un gobierno incompetente, incapaz e insensible.
El único consuelo, a estas alturas, es que quedan 731 días para que este gobierno se acabe y tengamos la oportunidad de contar con un nuevo gobierno que no se mantenga silente frente a la injusticia ni inmóvil frente a la adversidad. Chile es mucho más grande y más fuerte que la pequeñez y debilidad de estos cuatro años, que, por el bien de todos, esperamos que pasen volando.
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