Columna de Cristián Valenzuela: La República de Boric

Promulgacion de la Reforma de Pensiones 20/3/2025
Santiago 20 de marzo 2025. El Presidente de la Republica, Gabriel Boric, encabeza la promulgacion de la Reforma de Pensiones Dragomir Yankovic/Aton Chile


Hay que reconocerle algo al Presidente: la consistencia. Mientras medio Chile se hunde en el barro de la inseguridad, la corrupción y la desesperanza, él se mantiene firme en su mundo paralelo, donde el clima es siempre primaveral, los problemas son construcciones narrativas y todo se resuelve con un bailecito, una bici y una buena foto.

La escena fue tragicómica. En la pista del Chimkowe, en medio de la coronación presidencial del Partido Comunista, la ministra Jara se lucía como reina de la pista de baile acompañada por el Diputado Aedo. Momentos después, una vecina invitaba a bailar al mismísimo Presidente, al son del ritmo de “Pedacito de mi Vida”. Todo era alegría, como si no acabáramos de enterarnos que una pareja fue asesinada a sangre fría en Graneros o a pocos metros, en el mismo Peñalolén, un trabajador había sido asesinado con un piedrazo. Pero no, ellos estaban celebrando. “Que linda es vivir la vida así” decía el estribillo de la canción, “En mi país estamos todos bien” debió haber pensado el Presidente para sus adentros.

Las críticas se sucedieron, pero claro, los porristas del oficialismo salieron a defenderlo con fuerza, “¡Déjenlo bailar!”. Que la alegría es un derecho, que la política también es humana, que hay que valorar los logros. La derecha es grave, tensa, amargada. Como si bailar fuera el problema. No lo es. El problema es que el país se cae a pedazos y el Presidente sigue en Narnia. Siempre está en otra parte. En otra frecuencia. En otra realidad.

Mientras los asesinos se pasean libres, mientras los reos se conectan al WiFi del Centro de Justicia como si estuvieran en un cowork; mientras se desmorona la seguridad en las calles y la palabra “crimen organizado” se repite como si fuera una serie de Netflix; el Presidente guarda silencio. Ni una palabra. Ni un gesto. Como si el horror no lo rozara. Como si gobernar fuera un performance estético, no una tarea concreta.

Hay algo profundamente ofensivo en la distancia emocional del mandatario con lo que vive el país. Porque no se trata de estar de acuerdo o no con su proyecto político. Se trata de que la mayoría de los chilenos ya no cree en las fantasías del relato presidencial. La realidad aprieta. La plata no alcanza. La inflación no cede. La pega no llega. Y mientras tanto, las fronteras siguen abiertas como puertas giratorias para el crimen y la inmigración ilegal. Pero allá en La Moneda, no acusan recibo.

¿Culpa de quién? Por ahora da igual. Lo evidente es que la crisis es real, no una ilusión óptica fabricada por bots opositores ni obra de un mago imaginario de la ultraderecha. Y por eso indigna ver al Presidente pasearse en bicicleta por el cerro San Cristóbal en horario laboral, mientras los comerciantes en Estación Central cierran temprano por miedo. Molesta verlo improvisar un tour en Magallanes con visitas internacionales mientras en Santiago la delincuencia se organiza como si fuera una pyme. Indigna que se embarque en una gira por la India, por más de una semana, con más de cincuenta personas —ministros incluidos— como si Chile estuviera boyante, relajado, en modo turismo.

Porque más allá del show, hay responsabilidades. Y mientras el Presidente actúa como influencer global, las instituciones se desgastan, la autoridad se diluye y la confianza se evapora. Nadie exige milagros, pero sí presencia. Nadie le pide que no respire, pero sí que responda. El país no necesita un animador, necesita un capitán. Y Boric, hasta ahora, ni siquiera se ha subido al barco.

La pregunta de fondo es si Boric alguna vez quiso de verdad ser Presidente. Porque hasta ahora, su mandato ha sido una sucesión de renuncias, improvisaciones y derrotas. Le queda un año: doce meses para demostrar que puede bajarse del pedestal, sacarse el filtro de Instagram y mirar el país como es, no como a sus asesores les gustaría que fuera. Pero, seamos honestos, no tenemos ninguna esperanza de cambio. Al parecer, la ficción es más cómoda que la realidad. Sobre todo cuando la realidad te exige carácter.

Y eso, precisamente, es lo que más escasea en la República de Boric: carácter y sentido de realidad. Al principio, el mandatario repitió una y otra vez que estaba aprendiendo a “habitar” el cargo. Pero lo que nunca confesó, es que no tenía idea el país que que quería habitar y que su República, era una totalmente distinta a la que viven y sufren los chilenos. Una confusión para nada menor.

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