Columna de Cristián Valenzuela: La revolución no pasó por la universidad

Gabriel Boric como miembro de la FECH
Gabriel Boric como miembro de la FECH


Gabriel Boric ingresó a estudiar Derecho en la Universidad de Chile en el año 2004 y egresó ocho años después, sin aprobar el examen de grado ni obtener su título universitario. “En la universidad nunca me acosté la noche anterior a una prueba con la tranquilidad de haber estudiado, de cerrar el cuaderno y sentirme listo. Siempre estuve hasta última hora repasando el final, pasando de largo”, afirmó Boric en 2018, consultado sobre sus hábitos de estudio. “Estando en la carrera no me imaginaba ejerciendo en tribunales, litigando, qué paja. De hecho, yo no me titulé ni estoy pensando en titularme, no me quiero dedicar a ser abogado nunca”, puntualizó respecto de su fracaso universitario.

Salvador Allende, en su discurso a estudiantes en la Universidad de Guadalajara, en 1972, acuño una de sus frases más recordadas: “La revolución no pasa por la universidad y esto hay que entenderlo; la revolución pasa por las grandes masas, la revolución la hacen los pueblos”.

De cierta manera, haciendo exégesis y una asociación libre entre lo que afirman Boric y Allende, no sería un requisito pasar por la universidad (ni “pasar” el examen de grado) para hacer una revolución o impulsar grandes transformaciones como las que prometió este gobierno. Mucho menos, entonces, podría exigírsele a un Presidente de la República una licenciatura o un título académico para asumir con éxito el enorme desafío de gobernar con éxito. Lo más importante, entonces, serían las grandes masas; lo más fundamental, para lograr estos objetivos, sería la decisiva acción de los pueblos.

Pero Allende, en ese mismo discurso, no solo destacó el rol que cumplía el pueblo en las revoluciones con las que soñaba, sino también apelaba a la responsabilidad y el compromiso que tenían que tener los universitarios. En esa línea, afirmaba que “no le he aceptado jamás a un compañero joven que justifique su fracaso porque tiene que hacer trabajos políticos”, precisamente, porque consideraba que el acceso a la universidad era un privilegio de unos pocos, que solo era posible gracias al esfuerzo de muchos. Por lo mismo, los desafíos políticos y académicos debían enfrentarse con mucho rigor y un profundo sentido del deber.

El gran legado del gobierno del Presidente Boric se resume en tres palabras: inexperiencia, incompetencia e incapacidad. Sean los indultos, las pensiones de gracia, los incendios o el manejo del caso Monsalve, en cada uno de estos episodios y tantos otros más hay un patrón de ineptitud y frivolidad en el ejercicio de la acción pública que asombra y que, más que una curva de aprendizaje, se ha convertido en una verdadera montaña rusa de chambonadas permanentes.

El clímax de este gobierno inexperto, irónicamente, fue la fallida operación inmobiliaria que buscaba convertir la casa de Salvador Allende en un museo. Más de una decena de autoridades y funcionarios, muchos de ellos abogados, no tuvieron el criterio político mínimo, ni menos la habilidad jurídica esencial, para darse cuenta de las inhabilidades y prohibiciones que pesaban sobre las dos autoridades, parientes de Allende, que se convertirían en las millonarias beneficiarias de la instrucción presidencial.

Quizás, al igual que nuestro Presidente, muchos de los funcionarios pasaron las noches en vela calentando la materia antes de una prueba o, peor aún, lo hacen ahora revisando decretos, actos administrativos o proyectos de ley que tienen impacto en toda la sociedad. Porque si no fueron capaces de ver algo tan evidente en una resolución que involucra al Presidente, a una ministra y a una senadora, no es muy osado pensar que la tropa de inútiles que nos gobierna no ha cometido igual o peores errores y torpezas que los que la prensa ha logrado destapar.

Me resisto a aceptar que cada pueblo tiene el gobierno que se merece, porque la inmensa mayoría de los chilenos no son ignorantes ni incompetentes como las personas que hoy, lamentablemente, nos gobiernan. Pero en año de elecciones, bien vale revisar con mayor rigurosidad las experiencias vitales y el currículum vitae de quienes nos van a gobernar, desde el Ejecutivo y desde el Congreso, para no cometer nuevamente el error de elegir a alguien que no solo no terminó la universidad, sino que después de tantos patinazos quizás no termine ni su mandato.

Esta fallida revolución, definitivamente, no solo no pasó por la universidad, sino que desatendió profundamente el sentido del deber y la conexión profunda con el pueblo que le confió el honor de dirigir sus destinos.

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