Columna de Cristián Valenzuela: Los leprosos
Carlos Ruiz, uno de los ideólogos más importantes del Frente Amplio y el mentor político de Gabriel Boric, fue detenido el jueves en la madrugada, luego de una denuncia por violencia intrafamiliar. El relato de la Fiscalía es escalofriante: Carlos Ruiz estaba en estado de ebriedad, se acostó sin ropa al lado de la víctima, a quien despierta y comienza a insultarla. Posteriormente, Ruiz no la habría dejado salir de la pieza y la empujó hacia la ventana, la tomó por los brazos y la arrojó a la cama, colocando sus manos en el cuello, asfixiándola.
Según Mayol, uno de los factores más importantes de la identidad frenteamplista es el purismo político, que se sitúa como opuesto a la corrupción, la decadencia y el abuso de poder. Puritanismo, dirían algunos, que busca diferenciarse de lo corrompido, de los abusos y de lo manchado, en síntesis, de esa vieja política que estos verdaderos portentos de la superioridad moral venían a cambiar.
El salvajismo de Ruiz tuvo respuesta inmediata en sus discípulos políticos: “Condenamos toda violencia contra las mujeres”, afirmó la Ministra Orellana, otrora compañera de lista de Ruiz; “El señor Ruiz no milita ni militó jamás en ninguno de los partidos del Frente Amplio”, afirmó espontáneamente la Diputada Orsini; “Cayó en desgracia por su propio ego y malas prácticas”, remató la Diputada Schneider, quien también postuló junto a Ruiz en un cupo electoral.
Los desmarques y desconocidas a la trayectoria de Ruiz y a su rol fundamental en la génesis y consolidación del Frente Amplio, no son distintos a lo que vimos respecto de la Diputada Catalina Pérez. De un día para otro, la ex Presidenta de Revolución Democrática se convirtió en un paria, un ser indeseable que nunca habría sido parte de la casta frenteamplista y que, a partir de estos hechos, fue borrada de cualquier historia oficial. Lo mismo hicieron con Javiera Parada cuando chocó bajo la influencia del alcohol y el Consejo Político de RD decidió bajar rápidamente su candidatura.
Decía Pichón que la lepra siempre aparece asociada a la vergüenza que se funda, no solo en los visibles efectos corporales y de contagio de la enfermedad, sino también en una tradición que se remonta hasta el Antiguo Testamento por la cual la lepra es vinculada con el pecado. De cierta manera, Parada, Pérez, Ruíz y tantos otros, algunos por faltas, otros por irregularidades o en el caso de Ruíz por delitos absolutamente graves e inaceptables, se convirtieron rápidamente en unos leprosos para el Frente Amplio y la decisión de negarlos, excluirlos y aislarlos para siempre, se fundó en la decisión de cortar de raíz la infección y evitar que se siga propagando entre los militantes. Pecadores, a los que había que condenar, lapidar y borrar de los registros, sin trepidar.
Pero a estas alturas, cuando son miles de millones de pesos los que se desviaron hacia las fundaciones; cuando se roban un promedio de tres computadores de Ministerios al día; o cuando descubrimos, sorprendentemente, que las instituciones corrompidas no entregaban boletas de garantía sino solo recibos de lencería fina, lo que parecían casos de corrupción aislados en el pasado se convierten en un patrón recurrente al interior de esa comunidad política. Cuando los casos de maltrato laboral, acoso sexual y otras circunstancias similares se suceden al interior de los partidos y reparticiones ministeriales, es legítimo cuestionarse cuan infrecuentes son para esta colectividad. Finalmente, cuando el nepotismo, los favores a los parientes y las negociaciones incompatibles se hacen habituales, uno se pregunta dónde quedó a supuesta superioridad moral.
Porque el problema de fondo, no solo es la condena a los actos corruptos o a los delitos graves que cometieron, sino el estándar impoluto e infalible con la que esta organización política, ahora en el gobierno, pretendía moralizar a los demás. Es el llamado “liderazgo espiritual” del Presidente Boric, que rescataba el Diputado Winter; la escala de valores y principios del Ministro Jackson que lo hacía promover su supuesta superioridad moral; o en definitiva las acciones y palabras de tantos dirigentes frenteamplistas que una y otra vez nos querían convencer de la pureza como sello indeleble de su acción política, que se convierten en hecho que la ciudadanía debe cuestionar.
Quizás llegó la hora de bajarse del pedestal moral, asumirse como seres terrenales y reconocer que la lepra se ha extendido estructuralmente en el Frente Amplio y también en el gobierno, convirtiéndose en aquellas organizaciones corruptas, decadentes y abusivas de las que tanto se querían distanciar. Un ejercicio de humildad y realismo que podría contribuir a comenzar a rescatarlos del fango político y moral.
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