Columna de Cristián Valenzuela: Zapato chino

Foto: Dedvi Missene


La corrupción en Chile ya no se manifiesta en sobres por debajo de la mesa ni en conversaciones en pasillos oscuros. Ahora tiene sabor a dumpling, aroma a incienso y dirección en el “barrio chino” de Meiggs. El escándalo que enreda a la diputada Karol Cariola es de proporciones monumentales, un verdadero “zapato chino” en el que se entrecruzan empresarios asiáticos, arrendamientos sospechosos, chats comprometedores y favores políticos más oscuros que la salsa de soya.

Todo comenzó con una investigación de la Fiscalía, que decidió incautar el celular y el computador de Cariola porque supuestamente albergaban conversaciones con personajes de dudosa neutralidad. Empresarios chinos, con presuntos vínculos con el gobierno de Beijing, aparecen en intercambios de mensajes con Cariola y la exalcaldesa de Santiago, Irací Hassler. ¿Los temas? Nada menor: negocios, arriendos, viajes, posibles favores políticos y un eventual financiamiento irregular de campañas.

Pero si hay algo que una parlamentaria comunista jamás haría es involucrarse en componendas turbias con el capital extranjero, ¿cierto? No vaya a ser que el discurso de la soberanía y la independencia se desplome más rápido que la credibilidad del Marcel. Para más sazón, resulta que el departamento donde reside Cariola no es cualquier departamento. Pertenece a un empresario chino. Y aunque en Chile arrendar una vivienda no es pecado, el problema es cuando ese “arrendadol” podría formar parte de la red de influencia que investiga la justicia. Un “errol” administrativo, dirían los chinos. Una “coincidencia desafortunada”, alegarán otros. Pero lo cierto es que el hedor a conflicto de interés ya empieza a levantar sospechas incluso entre sus aliados.

El espectáculo alcanzó su clímax ayer en la Cámara de Diputados. Enfrentada a una moción de censura, Cariola hizo su entrada triunfal con su bebé en brazos, convirtiéndolo en una verdadera pasarela para que la imputada desviara el foco de atención de los medios. Nada emociona más que una política en apuros apelando a su vulnerabilidad. “Es un ensañamiento político sin nombre” afirmó Cariola, victimizándose entre sollozos estratégicamente calculados. La película estaba en su punto más dramático: la justicia y la política, esas bestias despiadadas, arremetían contra una madre primeriza en su momento de mayor vulnerabilidad.

El guion, por supuesto, olvida un pequeño detalle: la Fiscalía no investiga pañales ni biberones. Lo que busca son pruebas sobre corrupción. Pero en tiempos de hipersensibilidad y cultura del espectáculo, el mejor antídoto contra las imputaciones graves no es la transparencia ni la rendición de cuentas, sino una puesta en escena cuidadosamente fabricada, que usa a un recién nacido como escudo humano para ocultar potenciales delitos de máxima gravedad.

Así, la censura fue rechazada, pero el problema de fondo sigue latente. La presidenta de la Cámara puede seguir haciendo malabares con su discurso, pero hay preguntas que no se van a silenciar con abrazos maternales: ¿Recibió o no financiamiento irregular? ¿Hubo tráfico de influencias? ¿Quién paga el millonario arriendo de su departamento?

La historia de Karol Cariola se parece cada vez más a una película de bajo presupuesto: una heroína comunista atrapada en una trama de intereses extranjeros, corrupción y victimización política. Pero mientras los protagonistas intentan torcer el relato, hay una realidad ineludible: la justicia no compra cuentos chinos. Y la corrupción, sea en pesos, dólares o yuanes, sigue siendo corrupción. Es evidente que Karol Cariola no puede seguir presidiendo la Cámara de Diputados, pues, parafraseando a Confucio, ¿Cómo va a gobernar a los demás si no sabe gobernarse a sí misma?

Por Cristián Valenzuela, abogado.

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