Columna de Cristóbal Osorio: ¿Coronar a Boric?

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¿Coronar a Boric?


Con una aprobación que ronda el 30%, incluso en los momentos más reprochables del gobierno, el Presidente Gabriel Boric erigió un fortín inexpugnable, desde el cual se asegura cierta relevancia y poder.

Esto ha hecho que -en una crisis rampante del sector- muchos empiecen a proponer que la izquierda debe refugiarse en el “Fortín Boric”, como si se tratase de un castillo feudal.

Pero, parapetarse en una minoría y crear un culto a la personalidad, en mi visión, es una mala estrategia política.

Esto, porque el acto de ampararse en un señor conlleva un acto de sumisión que -siguiendo la metáfora- se parece mucho al vasallaje. Algo que a mi juicio ya acontece, a propósito de los datos de Criteria que acreditan que su base electoral lo perfila como consecuente, trabajador, honesto, sensible y cercano. Es decir, la retahíla de atributos -algunos ciertos, otros fantasiosos- elaborados por expertos comunicacionales de La Moneda para el consumo de una muchedumbre acrítica y sedienta de liderazgos carismáticos.

Más allá de eso, es una errada estrategia para el propio Presidente, quien al llegar al gobierno afirmó que lo dejaría con un presidencialismo descremado, hablando como un estadista que comprende la necesidad de reformar el sistema político y presidencial. Pero hoy, con una fragmentación parlamentaria, y con un 30% en su bolsillo, parece estar viendo todo con otros anteojos.

Ahora, la idea de la coronación de Boric no solo surge por la balcanización política donde el islote del 30% parece ser una gran ventaja comparativa, esto, pues, las pulsiones por líderes carismáticos son también consecuencia del sistema chileno.

Michelle Bachelet, sin ir más lejos -quien cada vez se ve más como la mentora del actual Presidente- inauguró una “cariñocracia” que le permitió coronarse a partir de una amplísima aprobación que dio viabilidad a su proyecto, con un “amistocracia” de Segundo Piso, que capotó cuando hizo crisis la “familia real” por el caso Caval.

Sebastián Piñera no pudo emular a Bachelet en vida, pero sí lo logró tras su fatídico final, pues entendía perfectamente que los márgenes para poder gobernar estaban relacionados directamente con elevar la aprobación de la figura presidencial, por sobre las coaliciones, lo que lo hizo trabajar arduamente para encuestas, redes sociales y matinales. Camino que empieza a pavimentar Evelyn Matthei.

Así, tanto Bachelet como Piñera fundaron liderazgos profundamente infértiles, sin canteras de nuevos rostros ni equipos con cierta autonomía, propios de proyectos colectivos. Como hay reelecciones indefinidas, mientras no sean inmediatas, eso los convirtió en gruesos tapones de cualquier nuevo liderazgo, pues fueron el punto pivotal de la viabilidad completa de sus sectores durante décadas. Prueba de ello es que ni Bachelet ni Piñera dejaron delfines. Y un presidencialismo sin “dedazo”, augura fuertes tensiones en las largas décadas en que Boric estará vigente.

Este es el dilema no solo de un Presidente, sino de la izquierda, la que históricamente en Chile ha apostado por diferenciarse del folclor latinoamericano del barrio, lleno de caudillos y carente de ideas.

Por Cristóbal Osorio, profesor de Derecho Constitucional, Universidad de Chile