Columna de Cristóbal Osorio: Del realismo sin renuncia al realismo con renuncia
El “realismo sin renuncia” fue el eufemismo que encontró el segundo gobierno de Michelle Bachelet luego del descalabro de su proyecto reformista, a propósito del caso Caval (2015). Entonces -con Rodrigo Peñailillo fuera y Jorge Burgos dentro del Ministerio del Interior y del círculo de poder-, la fórmula buscó connotar que no se renunciaba a los principios, pero sí a los urgentes plazos con los que Bachelet II quería hacer grandes reformas, las que tal vez habrían evitado el estallido social.
Al final la frase fue una capitulación, pues la necesaria gradualidad nunca llegó, y Bachelet no retomó la senda de grandes reformas -no todas con buenos resultados- como la tributaria, educacional y del sistema electoral, que caracterizó su primer año de gobierno.
Quiéranlo o no, ese momento fue el kilómetro cero del Frente Amplio, pues el bacheletismo pactó con Giorgio Jackson -no con un entonces reacio Gabriel Boric-, quien fue electo diputado por Santiago en 2013 sin competencia concertacionista, y cuyos cuadros entraron al Ministerio de Educación, en lo que llamaron “colaboracionismo crítico” para elaborar una reforma educacional que promovió la gratuidad universitaria, y el fin de la selección y el copago en la educación subvencionada.
La gradualidad posterior a Caval -tan inmóvil como una foto- terminó por desacreditar la capacidad reformista de la Nueva Mayoría, y se impuso el discurso procrecimiento de Sebastián Piñera, quien derrotó a un Alejandro Guillier que no pudo dar credibilidad a la línea de cambios profundos, recibiendo incluso más fuego amigo que Bachelet.
Boric asumió en 2022, redoblando la apuesta de Bachelet, a través de la agenda que dejó el estallido social, con un programa maximalista que buscaba -con matices- desterrar el neoliberalismo de Chile, acabando, entre otras cosas, con las AFP.
Su derrota estrepitosa en el plebiscito de 2022 lo devolvió a un punto muy cercano al de Bachelet en 2015; que pudo ser un “realismo sin renuncia” no eufemístico, pero que -dado los constantes errores y el desconcierto- debiese ser de un “realismo con renuncia” para purgar todas las ideas mal concebidas y/o ejecutadas que hicieron impopular el progresismo.
¿Gradualidad? No gracias. Mejor empecemos de nuevo e incorporemos las preocupaciones del Chile real. Buenos ejemplos de esto son la seguridad y el crecimiento, hasta ahora banderas de la derecha mal disputadas por el progresismo.
En el caso de la seguridad, se trata de uno de los primeros derechos de la vida en común, pues sin ésta no se pueden ejercer los demás derechos, ni individuales, como la libertad, ni los sociales, como ir a la escuela. Con el agregado de que la inseguridad afecta con más fuerza a los desamparados, por lo que es sumamente regresivo.
El caso del crecimiento es más dramático, pues cuando la izquierda se propone crecer se vuelve de derecha, aplicando ideas que están muy bien -como la apertura a los mercados-, pero olvidando el rol que puede tener el Estado en la creación de condiciones e industrias competitivas globales.
Así, lo que necesitamos son objetivos y métodos pragmáticos, y abandonar una mentalidad maniquea que nos atrapa entre Trump y Gandhi, en materia de seguridad, y entre Chicago y Pekín, en materia económica. Se vienen las elecciones y no podemos volver a ofrecer proyectos que no tenemos la capacidad de ejecutar satisfactoriamente.
Por Cristóbal Osorio, profesor de Derecho Constitucional, Universidad de Chile
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