Columna de Cristóbal Osorio: Futuros gabinetes en la campaña, ¿por qué no?
Es tradición en Chile jugar a los misterios respecto del primer gabinete de un Presidente electo, prácticamente hasta el día en que éste toma posesión de La Moneda. Así, uno de los deportes de esos veranos es apostar y/u operar -en el caso de los políticos- con los nombres que serán los más cercanos colaboradores del nuevo mandatario, los cuales componen el auténtico primer diseño de gobierno y los reales énfasis políticos.
En relación al programa de gobierno, estas nominaciones caben exactamente entre el dicho y el hecho, pues muchas veces los nombres de los ministros no riman con las políticas planteadas en campaña, lo que suele causar decepción, alivio, extrañeza y una serie de otras sensaciones que nada tienen que ver con la certeza.
Así, la composición de los gabinetes se convierte en una caja negra de sorpresas por donde sólo circulan quienes tienen hábitos entre gallos y medianoche. Entonces, es sano que en las campañas presidenciales de este 2025 se pongan en debate los nombres de quienes serán los principales colaboradores de los candidatos presidenciales, en las principales materias, si llegan a La Moneda.
De este modo, no habrá posibilidad de engaño ni de decepción, y los programas de gobierno podrán ser algo más que una obligación ante el Servel, al estar encarnados en rostros y nombres, aparte del Presidente, que muestran el verdadero carácter de la coalición política.
Asimismo, los electores podrán juzgar la idoneidad técnica de los futuros ministros -fomentando la meritocracia-, y su credibilidad y compromiso respecto de los asuntos programáticos. Así se evitan las “amistocracias” o “gerentecracias” que se han dado en la conformación de algunos primeros gabinetes, dada la completa discrecionalidad del Presidente a la hora de los nombramientos.
Este nuevo hábito también es una suerte de auto-vacuna contra el presidencialismo excesivo, pues compromete a los candidatos a un trabajo de liderazgos más colectivos, que se fraguan y legitiman también en tiempos electorales, tal como pasó con Izkia Siches, quien fue clave en la campaña de segunda vuelta de Gabriel Boric y una “segura ministra”. Con esto, además, se evita la metamorfosis de los candidatos ganadores cuando se convierten en presidentes. Algo a lo que estamos acostumbrados, pero que resulta muy anómalo si lo pensamos como un síndrome de Dr. Jekyll and Mr. Hyde.
Se podrá argumentar que ampliar los rostros de campaña puede abrir una temporada de caza, lo que puede desestabilizar las candidaturas cuando estas yerren al poner nombres inconvenientes. Pero eso pasa igualmente cuando son nominados, al ser sometidos a un natural y duro escrutinio. Se podrá decir que esto afecta la flexibilidad que requiere un Presidente electo, pero, que los nombramientos sean entre gruesas cortinas sólo es indicativo que no se conocen las rigideces y compromisos reales a las que está expuesto un mandatario.
Abrir esto a la ciudadanía, haría del acto electoral algo más transparente y de mayor sentido político, al votar no solo por un nombre, sino que por un equipo y sus ideas.
Por Cristóbal Osorio, profesor de Derecho Constitucional, Universidad de Chile
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