Columna de Cristóbal Osorio: Política y fútbol: entre la escuela y el recambio

El Mundial de la Selección Chilena era Rusia 2018. Era el momento de mayor madurez de la generación dorada de nuestro fútbol, pero el destino dijo otra cosa y el mejor equipo que ha tenido Chile, no clasificó. Después, una pendiente en la que cada técnico buscó estrujar lo que quedó de ese equipo estelar, en la medida en que los grandes jugadores envejecían y se iban a retiro.
Como resultado, somos los últimos de la Clasificatoria, con escasas posibilidades de ir al Mundial de Norteamérica y sin siquiera mostrar un juego propio.
Evidentemente los procesos vegetativos en el fútbol marcan carreras cortas de no más de dos décadas, con lo que cada Mundial es una oportunidad única para cada generación. Pero, así y todo, estaba la esperanza de que a partir de la generación dorada surgiera una escuela, y que no todo fuera la suma de grandes estrellas que juntó el azar.
Detrás del televisor no era difícil hacer el símil con la política chilena, la que en lapsos más largos vive lo mismo procesos que el fútbol; sin haber formado escuela, deambula también en la intrascendencia.
La generación de políticos que a principios de los 70 les fue arrebatada la democracia, la recuperó a principios de los 90, para luego dotar de prósperos años en los que Chile supo hacer frente a los desafíos de su tiempo.
No sin errores, esa generación logró integrar el aprendizaje traumático y triunfar, pero olvidó que no estaría para siempre, y en vez de crear una escuela de jóvenes líderes, educados en leer los tiempos y no en adivinar los pensamientos de sus mayores, se apoltronó, dejando espacio solo a sus descendientes más directos, fundando -en vez de escuelas- protodinastías.
Su reemplazo fue traumático, por una generación prematura y hasta cierto punto renegada, que se enfrentó al ejercicio del poder sin experiencia propia ni heredada -sin escuela-, con el resultado sintomático de que su principal conformación política -el Frente Amplio (FA)- no tiene la capacidad de lanzar un solo nombre competitivo al ruedo presidencial, lo que le ha valido duros cuestionamientos a sus ideas e identidad, como consta en el debate surgido en las columnas de Daniel Matamala y Diego Ibáñez.
Algunos dicen que el FA aprendió la lección y emprendió una reconciliación con sus mayores, para encontrarse con ellos en las ideas. La realidad es que esta generación se está poniendo en fila india detrás de Carolina Tohá, a falta de Michelle Bachelet, no sólo renunciando al liderazgo que conquistó con Gabriel Boric, sino que sumándose acríticamente a la tradición política que antes ferozmente juzgó.
Una decisión que tendría sentido, sino fuera porque los políticos de la Concertación y Nueva Mayoría, como señaló Michelle Bachelet, requieren de una renovación no solo en términos etarios, sino que también a propósito de un relato 2.0, de modo que todos se sumen a un proyecto que combine transformación gradual pero eficaz, crecimiento y seguridad.
Por decirlo en términos futbolísticos, es como si Eduardo Bonvallet hubiese logrado ser técnico, pero ante la evidencia de que una cosa es ser un ácido comentarista y otra un buen entrenador, las caídas lo llevasen a poner en cancha a las mismas alternativas de Nelson Acosta. ¡No! El momento exige delinear un nuevo momento, como lo hizo Marcelo Bielsa.
Por Cristóbal Osorio, profesor de Derecho Constitucional, Universidad de Chile
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