Columna de Daniel Matamala: Apostar. Jugar. Arriesgar. Ganar

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Van a poder elegir de acuerdo a su temperamento, su modo de ser: ¿quieren jugar a mayor riesgo o quieren jugar a menor riesgo? (…) Algunos querrán apostar a tener mayores ganancias, con mayor riesgo, que también, claro está, puede ser retribuido con mayores pérdidas. Pero en eso consiste poder apostar”.

Apuesten, estimadas lectoras y lectores: ¿quién dijo estas palabras?

A) El dueño de una cadena de casinos en la inauguración de una nueva sala de tragamonedas, ruletas y blackjack.

B) El CEO de un fondo de inversión anunciando la apertura de una línea de especulación bursátil.

C) Un Presidente de la República promulgando una ley sobre seguridad social.

La respuesta correcta es C. Lo dijo el presidente socialista Ricardo Lagos el 1 de agosto de 2002, al poner en marcha el sistema de multifondos de las AFP. Un hito en el largo camino con que se convenció a los chilenos que una jubilación digna dependía de conjugar verbos en jerga de casino. Apostar. Jugar. Arriesgar. Ganar.

Durante los gobiernos de la Concertación, esta y otras reformas derogaron topes de ganancias y pérdidas de los fondos, eliminaron compensaciones a los usuarios por mala gestión de las AFP y pusieron en manos de los trabajadores chilenos la responsabilidad de lo que pasara con esas platas, haciéndolos elegir entre cinco fondos con distintos niveles de riesgo.

Estábamos ejerciendo, nos dijeron por cuatro décadas, nuestra sagrada “libertad de elegir” qué hacer con ese dinero que, nos repitieron también una y otra vez, es “nuestra propiedad”. Mientras, las AFP bombardeaban a los consumidores de este mercado previsional con rostros como Mario Kreutzberger, Carlos Caszely o Manuel Pellegrini convenciéndolos de moverse hacia una u otra empresa.

Muchos tomaron estas palabras en serio. Había que apostar, arriesgar, jugar y ganar. Cuando las AFP cayeron en el desprestigio, aparecieron alternativas: se popularizaron las asesorías previsionales -la más masiva, Felices y Forrados–, cuyas recomendaciones son seguidas por miles de personas que se cambian masivamente de fondo apenas una alerta llega a su celular.

El asunto ha tomado tales proporciones, que está afectando los resultados de las AFP, obligadas a mantener mucha liquidez para responder a las peticiones masivas de cambio, e incluso mercados como el dólar, que se mueven dependiendo del vaivén de ahorrantes que pasan de un fondo a otro. Felices y Forrados asegura que los cambios favorecen a sus clientes, pero un estudio de la Superintendencia de Pensiones concluye lo contrario.

Esta semana el gobierno envió al Congreso dos indicaciones para restringir los cambios de fondo. Si hoy pasarse del más riesgoso al más seguro toma un máximo de cuatro días, con estas reformas podría tardar hasta cuatro meses.

Se han escuchado frases insólitas desde entonces. Diputados comunistas denuncian un “corralito” de los ahorros individuales. Neoliberales de Libertad y Desarrollo piden evitar “el lucro de una empresa que hace negocio en beneficio propio”. Curioso. Los herederos de Lenin defienden el sagrado derecho de los proletarios a ejercer la especulación bursátil, mientras los seguidores de Milton Friedman exigen que Papá Estado prohíba a estos pequeños capitalistas mover libremente su dinero, y a los emprendedores de Felices y Forrados lucrar con sus asesorías.

Pero, ¿no que este dinero era de nuestra propiedad? ¿No que teníamos sobre él “libertad de elegir”?

Lo que se ha derrumbado espectacularmente esta semana es esa fantasía de la “libertad de elegir” como pilar de nuestras jubilaciones. Los sistemas previsionales, por definición, no son “libres”: obligan a las personas, quieran o no, a ahorrar para el futuro. Una imposición como esa no puede basarse en una ficticia “libertad de elegir”.

Tampoco en el sistema chileno. En él, usted está obligado a entregar parte de su sueldo al manejo de una empresa con fines de lucro llamada AFP. Usted está obligado a transferir otra tajada de su sueldo, como comisión, a esa AFP. Y usted está obligado a ceder el poder de decisión sobre ese dinero a los dueños de esa AFP, que usan esa plata, que teóricamente le pertenece a usted, para nombrar directores en las principales empresas de Chile.

La “libertad para elegir” fue siempre el mero disfraz de intereses. Las AFP fueron creadas para generar un mercado de capitales, que quitara poder económico al Estado y lo reemplazara por grandes grupos económicos. Así lo entendió el propio general Pinochet quien, durante la discusión del proyecto, advirtió que “aquí van a aparecer dos o seis imperios del dinero, que lo manejarán ellos”. Reticente, Pinochet advertía que estos poderes “a la larga (…) controlarán el Estado”.

Y esta semana tuvimos una nueva prueba de ello. Paralelo al del “corralito”, el gobierno envió otro proyecto, que facilita a las AFP comprar títulos de deuda emitidos por grandes empresas. O sea, prestarles plata. Nuestra plata. Lo llamativo es que esto no es parte de una reforma previsional, sino de un paquete de medidas de salvataje a las grandes empresas: en medio de la peor crisis de este siglo, nuestros ahorros van al rescate de, citando a Pinochet, los “imperios del dinero”.

Y todo esto ocurre mientras los mismos que han protestado por décadas contra cualquier intervención estatal en la economía, claman ahora que el mismo Estado intervenga para salvar, con dinero fiscal, a las grandes empresas en problemas como Latam.

No hay que olvidar las lecciones de estos días: la “libertad para elegir” es una ficción. Y la ideología, un disfraz útil mientras no choque con intereses poderosos. Cuando eso ocurra, podemos apostar sin riesgo: la ideología cederá ante el interés. Hasta Pinochet ya tenía claro hace 40 años quiénes jugarían este juego, y quiénes lo ganarían.