Columna de Daniel Matamala: Cacofonía

Pancho Malo
Francisco "Pancho Malo" Muñoz


Un condenado por homicidio como invitado de honor; gritos y forcejeos; un video manipulado para inventar un escándalo. Esta semana, el Congreso Nacional mostró que la vara podía bajarse aun más.

No es que el nivel fuera demasiado alto antes. Pero, pese a todo el ruido ambiente, al menos estábamos intentando conversar sobre algo: cómo encauzar un estallido, sobrevivir a una pandemia, redactar una Constitución, elegir a un Presidente, decidir en un plebiscito.

Ahora, hasta eso se acabó. Desde el 5 de septiembre no hay un tema, no hay un horizonte. Sólo una cacofonía espantosa en que todos tratan de gritar más y más fuerte, de llamar la atención causando el peor escándalo, de ser protagonistas bajando aun más la ya rasante vara de inhumanidad y payasadas.

Una coreografía patética, en que las instituciones de la República bailan al ritmo de DJ Pancho Malo.

El oficialismo y Chile Vamos dilatan el acuerdo constitucional: ya no será en octubre, por la muy seria razón de que “octubre huele a octubrismo”. Así, le entregan el protagonismo a la “mesa paralela”. El senador Juan Castro invita a ella a un condenado por homicidio y se escuda en su ignorancia: “no le conozco prontuario”. El autoproclamado “Sheriff” del Congreso no deja pasar la ocasión de hacer su propia escena, gritando fuera de sí y forcejeando con una asesora.

Los mismos que hablaban del “circo” de la Convención se esfuerzan cada día en superarlo. ¿Si algunos convencionales montaron un circo, cómo se llama lo de estos tribunos de la República? Se reciben sugerencias.

Todo esto, sazonado con la mentira como método de acción política. Esta semana, políticos difundieron un video de la vocera de Gobierno, Camila Vallejo, maliciosamente editado para que pareciera que la ministra estaba relativizando el asesinato de un carabinero, cuando lo que hacía era llamar a testigos del crimen a colaborar con la justicia.

La manipulación era evidente, y el video original fue prontamente subido a las redes, pero no importó. Los excandidatos Parisi y Kast (“el gobierno defendiendo a los asesinos”), la exconvencional Marinovic (“vocera de los delincuentes”), la diputada Jiles, y muchos más, propagaron el bulo con acusaciones altisonantes.

Cuando el asunto ya había sido desmentido hace rato, la exsubsecretaria Katherine Martorell y el expresidente de la DC, Fuad Chahin, se sumaron; este último incluso propuso ¡una acusación constitucional! contra la ministra. Al día siguiente, Chahin rectificó. Otros siguieron y siguen tan campantes. Total, la tarea estaba hecha. El video editado ya era viral en Facebook, TikTok e incontables grupos de WhatsApp.

Los medios de comunicación fallamos. Informamos sobre la “polémica”, e incluso La Tercera tituló con “los traspiés” de la ministra. No estamos haciendo nuestro trabajo como periodistas cuando llamamos “polémicas” a las maquinarias de fake news, “opiniones” a las mentiras, y “controversias” a los engaños. Cuando, en vez de denunciar y exigir cuentas a los políticos responsables de difundir falsedades, los medios pedimos explicaciones a las víctimas de estas campañas de desinformación.

Según Nietzsche, “el mentiroso usa las palabras para hacer que lo irreal aparezca como real”. Es exactamente lo que logran operaciones como esta, y los medios les estamos haciendo mansamente el juego a quienes quieren intoxicar el debate público.

Mientras, el gobierno sigue grogui tras el combo del plebiscito, y en Chile Vamos algunos se entusiasman con darle el golpe de nocaut. Ante la decisión de La Moneda de postergar el depósito del TPP-11, la oposición amenaza con abandonar el proceso constituyente. También anuncian que no aprobarán el presupuesto del transporte público si no renuncia un director de Metro cuestionado por un tuit. ¿Será mucho pedir un mínimo de racionalidad en estas amenazas? ¿O en serio planean dejar sin transporte a millones de personas por un tuit? ¿Creen que eso los prestigia ante la ciudadanía?

Dicen que están pagando con la misma moneda a una izquierda que le negó “la sal y el agua” al gobierno de Piñera, y tienen argumentos para ello. Episodios como la acusación constitucional contra el ministro de Educación, o la insistencia en empujar retiros de fondos con un IFE ya funcionando, fueron algunas de las muestras de irresponsabilidad que dieron desde la oposición quienes hoy ocupan La Moneda.

Pero si Chile Vamos cree que empujando al gobierno al abismo se asegura reemplazarlo, están fantaseando. A la política democrática ya se le acabó el crédito. Se está jugando su último cartucho. Si la élite supuestamente “seria” sigue en este juego hasta 2025, dejará la mesa servida para la autocracia o el populismo. Algunas de sus manifestaciones ya las conocemos: republicanos, Jiles, el PDG (curiosamente, los tres están actuando más unidos que nunca). Pueden surgir otras, más demagógicas, dictatoriales o extremas. Es cosa de echar una mirada al vecindario para hacernos una idea de lo que viene.

Oficialismo y oposición deben dejar de pegarse patadas en las canillas, cerrar el tema constituyente, y definir una agenda de consensos urgentes en temas como delincuencia y pensiones. Deben demostrar a la ciudadanía que la política, ese arte de transformar las demandas populares en políticas públicas eficientes, sí puede funcionar.

Tenemos que encontrar una carta de navegación. Mostrar un horizonte común. Permitir que voces sensatas se escuchen por encima del ruido.

La única salida para no disolvernos en esta cacofonía suicida es volver a conversar. Y ya se nos acaba el tiempo para lograrlo.

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