Columna de Daniel Matamala: Dr. Strangelove
El gesto de Musk vuelve inocultable lo que se querría obviar: que la “Internacional Reaccionaria” del caudillo Trump y sus tecno-oligarcas tiene un discurso fascista, toma medidas fascistas y entiende el poder de una manera fascista.
En la escena final de “Dr. Strangelove”, la genial película satírica de 1964 de Stanley Kubrick, la humanidad se enfrenta al holocausto nuclear. Una cadena de negligencias está por gatillar un ataque mutuo entre Estados Unidos y la Unión Soviética.
Entonces, en la Sala de Guerra de Washington, Dr. Strangelove toma la palabra. Strangelove es un científico alemán al servicio de EE.UU. (su nombre original es Merkwürdigliebe), postrado en una silla de ruedas, que presenta su plan para salvar a “un núcleo de especímenes humanos”.
En un monólogo cada vez más apasionado, detalla que los sobrevivientes serían seleccionados según su “juventud, salud, fertilidad, inteligencia y habilidades”, junto a los líderes políticos y militares encargados de impartir principios de “liderazgo y tradición”.
Todos siguen sus palabras encantados, incluido el embajador soviético (“es una idea asombrosamente buena, doctor”), pero a medida que su excitación crece, Strangelove debe luchar contra su brazo derecho que, animado de vida propia, insiste en hacer el saludo nazi. En el momento cúlmine, Strangelove se para de su silla de ruedas y, pletórico de emoción, exclama: “¡Mein Führer, I can walk!”
La fina ironía de la escena, magistralmente protagonizada por Peter Sellers, es que todos los presentes en la sala asienten ante la idea de seleccionar una élite de “los más aptos” (que, por cierto, los incluya a ellos) y dejar morir al resto.
Es un discurso nazi de principio a fin. Pero es solo ese inoportuno brazo, que insiste en extenderse, el que hace inocultable lo que todos preferirían ocultar: que le están llevando el amén al discurso de un fascista.
60 años después, la imagen de Elon Musk extendiendo su brazo como Dr. Strangelove, no una sino dos veces, se convirtió en un momento icónico de la nueva era que comienza en el mundo.
Por cierto, no sabemos si lo de Musk fue una provocación deliberada, un acto fallido freudiano, o la expresión de una condición médica (el “síndrome Dr. Strangelove” o “síndrome de la mano extraña” provoca movimientos involuntarios de los brazos).
Lo relevante es el contexto, justo en el día en que Trump asume la presidencia, y justo en medio de la campaña del magnate para promover discursos y partidos de extrema derecha, e incluso cercanos al neonazismo, en Alemania y otros países.
El gesto de Musk vuelve inocultable lo que se querría obviar: que la “Internacional Reaccionaria” del caudillo Trump y sus tecno-oligarcas tiene un discurso fascista, toma medidas fascistas y entiende el poder de una manera fascista.
En resumen: que es fascista.
La mejor prueba la dio Javier Milei, quien juega el rol de clown del grupo, una especie de divertimento exótico para añadir a sus festividades. Milei se presentó ante sus ídolos maquillado como mimo, como para despejar cualquier duda de que, pese a ser sudamericano, es un legítimo hombre blanco, tal como ellos.
Luego “defendió” a Musk en un posteo titulado “Nazi las pelotas” en que, luego de alabarlo como “uno de los hombres más importantes de la Historia”, amenaza a quienes lo critican. “Zurdos hijos de puta tiemblen (…) Los vamos a ir a buscar hasta el último rincón del planeta”.
¿Habrá algo más nazi que un presidente, dueño del poder coercitivo del Estado, insultando, atacando y amenazando con perseguir “hasta el último rincón del planeta” a ciudadanos que han cometido el terrible delito de pensar distinto a él?
La semana fue pródiga en evidencias sobre la naturaleza fascista de este nuevo régimen, que entiende la política como una guerra, promueve una persecución global contra determinados grupos de indeseables, y la concentración del poder en manos de sus líderes.
Apenas asumió, Trump indultó a los sujetos que atacaron el Capitolio en 2021, en un intento, liderado por él mismo, de dar un golpe para perpetuarse como dictador. Trump llamó a sus cómplices golpistas “héroes” y “rehenes”, y al ataque al Congreso “un día de amor”.
Uno de los indultados fue Jacob Chansley, apodado “el chamán de QAnon”. “¡Ahora voy a comprar armas!”, fue su reacción. Trump también excarceló a Ross Ulbricht, creador de un mercado clandestino de narcotráfico por internet, pero considerado un héroe por algunos libertarios.
Es que Trump no tiene problemas con el delito, siempre y cuando los delincuentes sean él mismo o sus seguidores. La condición de delincuente no tiene que ver con violar la ley, sino que es un asunto racial.
La criminalidad “está en sus genes. Y tenemos muchos genes malos en nuestro país ahora mismo”, dice hablando de los inmigrantes, a quienes se refiere como “violadores”, “traficantes”, “animales”, “asesinos”, que propagan enfermedades, se comen a las mascotas y que están “envenenando la sangre de nuestro país”. Dice que puede identificar a los malos migrantes “mirándolos”, y uno de sus primeros decretos pide aplicar la pena de muerte a inmigrantes irregulares que cometan ciertos crímenes; nótese que la vida o muerte del criminal depende de su condición migratoria.
Esto no es una política contra el crimen ni contra la migración, sino un gesto racista contra ciertos grupos. Cuando, en Charlottesville, un mitin de supremacistas adornados con capuchas blancas, símbolos del KKK y esvásticas terminó con un neonazi asesinando a una mujer, el comentario de Trump fue que había “muy buenas personas” en esa marcha.
Y la misma línea siguen sus fanáticos. Milei, esta semana en Davos, acusó de “pedófilos” a los padres homosexuales. Su evidencia: un caso ocurrido en Estados Unidos. También atacó al feminismo, negando que exista la brecha salarial entre hombres y mujeres (sí, en 2025 citar evidencia sobre sueldos es ser “feminazi”; hacer el saludo nazi, en cambio, es ser un poquito entusiasta).
Todo esto (convertir la criminalidad en sinónimo de un grupo étnico o sexual; despreciar la democracia en favor del golpismo y la violencia; adorar a un líder carismático) es un deja vu de lo ocurrido hace un siglo en Europa.
Tal como los generales, políticos y embajadores ante Strangelove, podemos intentar hacernos los desentendidos.
Hasta que ese brazo se levanta y hace que lo evidente resulte, también, innegable. Como escribió Lenz Jacobsen en el diario alemán Die Zeit: “un saludo hitleriano es un saludo hitleriano”.
Es una imagen que nos obliga a llamar las cosas por su nombre.
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