Columna de Daniel Matamala: El gran roteo

Votaciones Plebiscito 2022
Andrés Pérez


En 2020, en el plebiscito de entrada, las únicas comunas de Santiago en que no ganó el Apruebo fueron Las Condes, Vitacura y Lo Barnechea. La explicación de María José Gómez, coordinadora de la campaña del Rechazo, fue que esas tres “son comunas altamente informadas”.

En la campaña de 2022, desde el Rechazo se hizo ver que el texto constitucional era “incomprensible para la mayoría” (Lucía Santa Cruz), y que por “lo paupérrimo de nuestra formación cívica y conocimiento histórico, y los bajos niveles de comprensión lectora”, los chilenos no podrían entenderlo (Cristián Warnken).

Tras el triunfo del Rechazo en el plebiscito de salida, hemos comprobado que ese clasismo no era patrimonio de un sector: cruza Chile transversalmente, de derecha a izquierda.

Es un roteo paternalista, modulado en distintos tonos.

Uno es derechamente cruel: “¿Cómo amanecieron mis señoras rechazonas dueñas de casa que no se les pagará ni uno hoy por las labores domésticas realizadas? ¿Cómo van esas lagunas previsionales”, se burló el exconvencional Nicolás Núñez, el mismo que se hizo famoso al votar desde la ducha. “Hay poblas que se sienten condominios. Más del 60% dijo estar bien como están. Excelente por ustedes. Pero sigo viendo desclasados, racistas, homofóbicos y mucho individualismo”, agregó la exconvencional Natividad Llanquileo.

Otro tono es compasivo: no es su culpa, a ustedes los engañaron. “Los pueblos originarios no entendieron el texto”, dijo el director nacional de la Conadi, Luis Penchuleo. El exconvencional Marcos Barraza atribuyó la votación por el Rechazo a una campaña que “puso en el centro las mentiras”.

Otro tono es autocrítico. “No supimos explicar bien. No se entendió bien y eso fue un error nuestro”, se lamentó el exconvencional Luis Jiménez.

Pero el paternalismo es el mismo en todos los casos: hay una verdad que, por ignorancia, mentiras o incapacidad de enseñar, no fue entendida por el pueblo. La relación es vertical, patronal. Yo sé, tú no. Yo hablo, tú escuchas. Yo te explico, y tú (ojalá) entiendes. Y si no entiendes lo que yo te explico, peor para ti.

Chile, una larga y angosta faja de roteo.

Es un despotismo ilustrado de izquierda: “todo por el pueblo, pero sin el pueblo”. No entra en la lógica de los roteadores que muchos habitantes de comunas vulnerables tienen una experiencia vital y una manera de pensar distinta -ni superior ni inferior- que les hizo valorar de manera diferente el proyecto.

Un caso es el de Petorca. “Está súper claro quién ganó con el rechazo, y los de Petorca felices de seguir sin agua”, escribió el diputado Jaime Naranjo. Para muchos, sólo la ignorancia puede explicar que sus habitantes hayan votado contra una Constitución que consagra el derecho al agua. ¿No piensan que los petorquinos también son personas complejas, con otras preocupaciones y prioridades? ¿Que, tal vez porque conocen de primera mano el problema, son más incrédulos de que una declaración en la Constitución lo resuelva?

¿Por qué la gente votó contra tener más derechos? Tal vez porque desconfía del poder. ¿Por qué habría de confiar en una lista teórica e interminable de 108 derechos, prometida desde ese poder?

“Cuando una institución pierde la confianza de la ciudadanía, las personas quedan sujetas a creer información negativa sobre ella”, advierte la académica Loreto Cox. Hubo una campaña de fake news, claro: no es cierto que se iba a estatizar la vivienda ni las pensiones. Pero sí es cierto que el énfasis de la Convención estuvo lejos de la propiedad, y que el asunto fue minimizado, e incluso ridiculizado (“no es tu platita”, dijo el exconvencional Daniel Stingo). El Rechazo leyó mejor ese clima cultural.

Muchos enfatizan los argumentos “irracionales” que dan algunos votantes del Rechazo en comunas populares. Es la salida fácil: la gente votó equivocada, por engaño o ignorancia. Pero la evidencia muestra que el votante “ilustrado” no es más racional. Todos votamos desde nuestras emociones y nuestro sentido de pertenencia.

David Hume decía que la razón es “sólo la esclava de las pasiones, y no puede pretender otro oficio que el de servirlas y obedecerlas”. Experimentos contemporáneos le dan la razón. En política, tendemos a formarnos una opinión automática, basada en la intuición, y luego usamos la razón para justificarla. No razonamos como científicos, sino como abogados defensores de nuestros prejuicios.

La mayoría de los que estaban fuertemente identificados con el proceso del estallido y la Convención habrían votado Apruebo fuera cual fuera el texto. Con una mano en el corazón, ¿cuántos de quienes leyeron el proyecto de Constitución cambiaron su voto después de leerlo? Sin duda, muy pocos. A la gran mayoría, la lectura les sirvió para encontrar argumentos que reforzaran una decisión -Apruebo o Rechazo- ya tomada de antemano, por razones identitarias y emocionales, antes que por el estudio desapasionado y neutral del texto.

Es el sesgo de confirmación. “Una vez que las personas se unen a un equipo político, quedan atrapadas en una matriz moral”, afirma el sicólogo social Jonathan Haidt. “Ven confirmaciones de su narrativa en todas partes”.

Tener más información no necesariamente cambia nuestras decisiones, sólo nos da mejores argumentos para fundarlas. Y eso vale por igual para el votante de Las Condes, Petorca, Ñuñoa, La Pintana o Tirúa.

Esto no significa que no debamos preocuparnos del alarmante fenómeno de las fake news. Los medios de comunicación estamos al debe en nuestra responsabilidad de desmontar mentiras, e informar de los asuntos públicos de manera clara y comprensible. Una sociedad es mejor cuando está mejor informada.

Pero atribuir una paliza electoral a la ignorancia del pueblo es clasista, antidemocrático, intelectualmente deshonesto y políticamente suicida.

Más que rotear, lo que falta es escuchar.