Columna de Daniel Matamala: ¿En qué cree el Frente Amplio?

Revolucion Democratica entrega al Servel "las firmas que permitiran realizar las primarias del Frente Amplio".

Que el partido eje del oficialismo no tenga un candidato mínimamente viable para la sucesión es la prueba más palpable del rotundo fracaso político del gobierno de Boric.



Hace tres años, el Frente Amplio concretaba el sorpasso más rápido jamás ejecutado por una nueva generación política en el Chile contemporáneo.

Llegaban a La Moneda apenas once años después de que sus principales líderes irrumpieran en la escena pública, con el movimiento estudiantil de 2011, y apenas cuatro años después de la creación del Frente. Ese día sus líderes, Gabriel Boric y Giorgio Jackson, llegaron al Servicio Electoral con cajas de cartón que contenían algunas de las 40 mil firmas necesarias para inscribir como partido político a una de sus fuerzas fundadoras, Revolución Democrática.

La candidata presidencial en 2017 fue Beatriz Sánchez, porque sus dos líderes eran demasiado jóvenes. En 2021, Boric ya había cumplido la edad legal, pero Jackson aún no. Por esa simple razón (tres meses menos en su carnet respecto al plazo constitucional), fue Boric y no Jackson quien asumió la candidatura.

El logro era increíble, comparado con las otras generaciones políticas que han marcado la historia de Chile. Los fundadores de la Falange demoraron 26 años en llegar a La Moneda, desde su salida del Partido Conservador. Las generaciones fundadoras del Mapu (1969) y la UDI (1983), pese a todos sus éxitos en el manejo del poder, nunca lograron llevar a uno de los suyos a la presidencia de la República.

En 2022, en cambio, el Frente Amplio llegó a La Moneda como un huracán generacional. No fue solo Boric quien asumió la presidencia. Giorgio Jackson se reservó el estratégico ministerio de la Presidencia, y la independiente Izkia Siches, quien había sido la gran estrella de la campaña, asumió como jefa de gabinete. Esos dos nombres potentes ya aseguraban un candidato presidencial para la sucesión 2025.

Además, el gobierno se llenó de promesas frenteamplistas, en cargos tan importantes como Justicia, Educación, Economía, Cultura y Energía. También en el ministerio de la Mujer que, en medio de las promesas de un gobierno feminista, entraba por primera vez al comité político.

Apenas tres años después, este semillero de promesas está convertido en un cementerio de viejos cracks, sacrificados en el altar de un gobierno errático e incompetente.

Izkia Siches demostró no tener dedos para el complejísimo piano de Interior, salió del gabinete después de apenas seis meses y volvió al trabajo médico en un hospital. Giorgio Jackson se autodestruyó con una serie de decisiones y declaraciones desafortunadas, y partió a su travesía del desierto a España. Del resto de las jóvenes promesas, la mayoría están fuera de la contingencia política, y ninguna creció para alcanzar estatura presidencial.

Los únicos líderes en pie son los que nunca entraron al gobierno, como los alcaldes de Maipú, Tomás Vodanovic, quien se borró de la carrera, y de Viña del Mar, Macarena Ripamonti, quien no cumple con la edad para postularse.

En este panorama de tierra arrasada, el FA depositó sus esperanzas en una tercera postulación de la expresidenta Bachelet, algo que ahorra comentarios sobre la profundidad de su cacareada convicción en la renovación de la política.

Y cuando Bachelet se negó, se encontraron en una inopia tal, que debieron postergar la proclamación de un candidato. Sin plan A, sin plan B, sin plan C. Hasta su plan W, el diputado Gonzalo Winter, por ahora declinó.

Esta patética falta de nombres es signo de algo mucho más profundo: el vaciamiento del proyecto político con que el Frente Amplio llegó al poder.

El programa de gobierno de Apruebo Dignidad era grandilocuente: en 226 páginas, prometía sentar “las bases para una transformación de largo plazo de nuestra sociedad hacia un futuro de dignidad, justicia y bienestar para todas y todos los chilenos”, donde “el mercado deje de ser el principio estructurador de la sociedad”.

“No + AFP” era uno de los títulos del programa. Esta semana, el gobierno celebró con un masivo acto popular, baile incluido, una reforma que entrega más dinero que nunca a la administración de las AFP. Como resumió el padre del sistema, José Piñera, la reforma “consolida el sistema de capitalización individual y lo expande en un 60%”.

De “No + AFP” a “Sí, + AFP”, y con festejo incluido: un nuevo estilo de baile.

El contraste entre el dicho y el hecho es brutal, y no se debe solo a la falta de mayorías parlamentarias para impulsar las medidas, sino a algo más profundo: el Frente Amplio dejó de creer en sus ideas.

En educación, su caballito de batalla fundacional, comenzó a dudar de sus propios dogmas en asuntos como el CAE, la selección o la desmunicipalización.

En orden y seguridad, arrió sus banderas y terminó copiando el discurso de la derecha, pero con menos convicción. “El uso de las FF.AA. para responder a los conflictos sociales ha explicitado la degradación autoritaria del actual gobierno”, decía su programa, que también prometía la “refundación de las policías”.

En salud, prometía crear un Servicio Universal de Salud y “terminar con el negocio de las Isapre, que se convertirán en seguros complementarios voluntarios”. En cambio, su gobierno lanzó un salvavidas legal a las Isapre, autorizándolas a esquilmar con alzas inmediatas a sus usuarios para luego pagar sus deudas con ellos, en hasta 156 cuotas.

Que el partido eje del oficialismo no tenga un candidato mínimamente viable para la sucesión es la prueba más palpable del rotundo fracaso político del gobierno de Boric.

Lejos de sentar las bases para una transformación, en estos tres años la izquierda retrocedió como nunca antes desde 1973, y la derecha, especialmente la ultra, ganó cada vez más espacio.

No es solo que no haya nadie dispuesto a levantar las banderas del Frente Amplio. Es que nadie entiende ya qué queda de esos estandartes, tan coloridos hace tres años y tan pálidos, gastados e irreconocibles hoy.

Una Bachelet o un Vodanovic habrían servido para maquillar ese vacío. Sin ellos, el Frente Amplio queda a la intemperie, desnudado como un partido que no sabe en qué cree.

Y, por lo tanto, difícilmente puede pedirle a los chilenos que crean en él.

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