Columna de Daniel Matamala: Hitler era comunista. Es verdad: lo vi en X

Una “segunda guerra comercial” y una nueva “guerra fría”: lo que une y separa a Xi Jinping de Donald Trump
Foto: REUTERS.


Primero fue Elon Musk, el dueño de X, quien puso sus dólares y su red al servicio de Donald Trump.

Le siguió Mark Zuckerberg, el dueño de Facebook, WhatsApp e Instagram, quien anunció el fin de los programas para controlar la desinformación y los discursos de odio en sus plataformas.

Se sumó Jeff Bezos, el dueño de Amazon y del Washington Post, el diario que persiguió el caso Watergate. Ahora, cuando la ilustradora del Post caricaturizó a los dueños de la Big Techpostrados ante Trump, fue censurada y debió renunciar.

Este lunes, cuando Trump asuma la presidencia, se espera que estos tres sujetos estén en los asientos de honor, junto a las autoridades del gobierno entrante.

Musk, Bezos y Zuckerberg son, en ese orden, las tres mayores fortunas del mundo según Bloomberg. Pero el dinero no es lo más importante: ellos poseen también los monopolios que controlan los datos y la información de miles de millones de habitantes de todo el planeta. Y ahora son aliados de quien, desde este lunes, poseerá el botón nuclear de la potencia militar más poderosa que haya existido.

Nunca en la historia de la Humanidad tan pocos individuos han concentrado tal poder sobre tantos miles de millones de personas.

¿Qué están haciendo con ese poder?

En breve: están declarando la guerra a las democracias occidentales para someterlas al nuevo orden internacional dictado por un caudillo y sus oligarcas.

Ya no hay sutilezas. Zuckerberg amenazó directamente a las democracias europeas, que han intentado ponerle límites a la recolección de datos personales y los discursos de odio. Anunció que “vamos a trabajar con el presidente Trump para oponernos a los gobiernos que atacan a empresas estadounidenses”.

Musk puso su formidable maquinaria de desinformación al servicio de la desestabilización de las democracias en beneficio de fuerzas de extrema derecha. El objetivo es claro: instalar gobiernos aliados en Londres, París y Berlín, que destruyan la Unión Europea, única fuerza que aún insiste en poner límites ala Big Tech.

Tras ensayar en Brasil con Bolsonaro y sus golpistas, Musk ha fomentado el caos en Reino Unido (“la guerra civil es inevitable”, afirmó) y en Alemania, atizando olas de violencia racista.

Se alió con el partido de extrema derecha Alternative fürDeutschland (AfD), y “entrevistó” en su plataforma a Alice Weidel, la líder de AfD, tal como lo hizo antes con Trump. Allí, Weidel afirmó que “Hitler no era de derecha. Era exactamente lo opuesto. Fue un comunista, un socialista”.

Aun en esta era de desinformación en masa, tamaña mentira es de una audacia extraordinaria.

Como sabe cualquier persona que haya pasado cerca de un libro de historia en su vida, los comunistas fueron los peores enemigos de Hitler. Ser comunista en la Alemania nazi era equivalente a ser judío, gitano, homosexual o discapacitado: una sentencia de muerte. Y, por cierto, fue la Unión Soviética la que sostuvo la resistencia hasta derrotar a los nazis en la Segunda Guerra Mundial.

Decir que Hitler era comunista no solo es una imbecilidad; además es una afronta a la memoria de millones de víctimas.

Esta estupidez lleva tiempo circulando, con la brillante lógica de que el nombre oficial del partido nazi incluía el término “nacional-socialista”, por lo que debía ser de izquierda. Los genios de la lingüística, los Newton de la filología, que repiten esa sandez, deben estar convencidos de que la Alemania oriental era democrática, porque se llamaba República Democrática Alemana, y deben jurar que Corea del Norte es un paraíso gobernado por su propio pueblo, porque se llama República Popular Democrática de Corea.

¿Qué sentido tiene tamaña falsificación histórica, propagada por el dueño de la mayor antena de propaganda del planeta?

Hay que entender que los grupos extremistas que Trump lidera y Musk promueve propagan una visión fascista de la política. Es de manual: el peligro es inminente, por culpa de una conspiración de élites perversas y minorías privilegiadas contra el pueblo. La única solución es concentrar el poder en un líder providencial, que aplastará a esos enemigos y restaurará la grandeza perdida.

En los años 20 del siglo pasado, este mensaje se propagaba por un nuevo medio masivo de comunicación, la radio, y los enemigos a aniquilar eran judíos, bolcheviques, eslavos o masones.

En nuestros años 20, las redes sociales son el megáfono, y las élites culturales vuelven a ser sospechosas: los MAGA odian con la misma pasión que los nazis a científicos, intelectuales, artistas y feministas. Y comparten el objetivo de despojar de su condición de humano al “otro”: antes al judío; ahora al musulmán, el negro o el latino.

No se definen como nazis o fascistas, porque reivindicar a Hitler y al Holocausto no es popular (no aún, habrá que agregar como nota de precaución). Pero repiten punto por punto el tipo de ideología que nos llevó a las cámaras de gases.

La lógica de los ataques del KKK, de los pogromos contra los judíos o los actuales discursos de violencia racista es la misma. Se acusa a un “otro” de cometer un crimen atroz (real o inventado) y se atribuye la culpa, no a una persona, sino a un grupo humano, sobre el que se ejerce un castigo colectivo.

Cuando Trump se refiere a los inmigrantes como “animales”, “no humanos” e inventa que se comen las mascotas, está siguiendo al pie de la letra la receta de Goebbels para liquidar a grupos “indeseables”. Deshumanizarlos como untermenschen (infrahumanos) fue el primer paso para discriminarlos, perseguirlos y, eventualmente, exterminarlos.

Este es el planeta al que nos enfrentaremos desde este lunes. Uno en que “anti-globalistas” idolatran a un sudafricano que emigró a Canadá y luego emigró a Estados Unidos y que interviene en su política interna para enseñarles a defenderse de los migrantes.

“Patriotas” que veneran a un emperador americano que reclama Canadá, Groenlandia y el Canal de Panamá, aduciendo que tratados y fronteras no importan cuando se trata de conquistar el lebensraum que su pueblo elegido necesita.

El presidente de Francia lo definió con claridad: las democracias enfrentan el ataque de una “internacional de reaccionarios” motivada por “grandes intereses financieros privados”.

Esto es fascismo. Un fascismo global en esteroides, gracias a las armas de desinformación masiva más poderosas que haya conocido la Humanidad. Unas que son capaces de propagar por todo el planeta que la guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, y la ignorancia es la fuerza.

Y, claro, que Hitler era comunista.

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