Columna de Daniel Matamala: Ignorantecracia
En 2018, una ola de pánico sacudió a Samoa Americana, un pequeño territorio oceánico de los Estados Unidos. Dos guaguas murieron cuando fueron inoculadas accidentalmente con una vacuna mezclada con relajante muscular vencido en vez de agua.
En ese trágico error, algunos vieron una oportunidad, y se lanzaron a aprovecharla.
En junio de 2019, Robert Kennedy, un abogado estadounidense que se ha referido a la vacunación como un “holocausto”, viajó a Samoa para alentar a los líderes del movimiento antivacunas, a los que celebró como “héroes de la libertad”.
Sus esfuerzos dieron resultado: en medio del pánico causado por sus bulos, la tasa de vacunación contra el sarampión cayó del 70% al 31%.
En noviembre de ese mismo año, estalló un brote de sarampión. Cuando el gobierno intentó controlarlo haciendo obligatoria la vacunación, los aliados de Kennedy trataron a los médicos de “nazis” y “asesinos”, mientras el político sugería que el brote se debía a la vacuna, no a la falta de ellas.
83 personas, casi todos ellos niños, murieron en el brote provocado por las mentiras de Kennedy y sus amigos.
El de Samoa es un ejemplo de manual del devastador efecto que los movimientos antivacunas están teniendo sobre la salud pública.
En el último medio siglo, las vacunas han salvado la vida de 154 millones de personas: una vida cada diez segundos. Sin la vacunación, 101 millones de lactantes habrían muerto por enfermedades como la viruela, la polio y la difteria. Solo la vacuna contra el sarampión ha permitido que 94 millones de niños lleguen a ser adultos.
Pero ese gigantesco avance, uno de los grandes logros de la Humanidad, está en riesgo.
Por años, Kennedy ha aprovechado su apellido y el prestigio de su familia para decir que las vacunas destruyen el cerebro, provocan autismo, y han “envenenado a una generación completa de niños”.
El año pasado, en Nueva York, se detectó un caso de polio, una enfermedad que por siglos mató o dejó con graves secuelas a millones de niños y adolescentes. En la década del 50 se inició una masiva campaña de vacunación, que tuvo su momento icónico cuando Elvis Presley recibió un pinchazo en el programa de televisión de Ed Sullivan, para fomentar la vacunación entre los jóvenes. Gracias a las vacunas, tanto Estados Unidos como gran parte del mundo eliminaron la enfermedad.
Sin embargo, estas infecciones están resurgiendo debido a que muchos padres, asustados por estas campañas, han dejado de vacunar a sus hijos. Kennedy y otros aprovecharon la pandemia para amplificar sus mentiras.
La cobertura mundial de la vacuna contra el sarampión cayó del 86% en 2019 al 81% en 2021, y el efecto, tal como en Samoa, fue inmediato. En 2023, los casos aumentaron en un 79% respecto al año anterior, con grandes brotes en 51 países. Ese año, 9 millones de personas enfermaron, y 136 mil murieron, por una infección evitable.
Las mentiras de Kennedy no se reducen a las vacunas. Ha difundido todo tipo de teorías de la conspiración sobre salud pública.
Ha dicho que el COVID-19 fue diseñado para “atacar a blancos caucásicos y negros”, mientras mantenía inmunes a “judíos asquenazi y chinos”. Sostiene que el SIDA no es causado por el virus VIH. Dice que las redes WiFi causan cáncer. Promueve el consumo de leche sin pasteurizar. Se opone a fluorar el agua (una importante política contra las caries), diciendo que causa cáncer y daño cerebral. Etcétera, etcétera.
Pues bien: este hombre acaba de ser nombrado ministro de Salud de los Estados Unidos.
Por cierto, Kennedy no es un médico, un científico, ni un experto en vacunas, virus, radiación, pasteurización o en absolutamente nada de lo que dice. Es el caso más extremo de la ola de ignorantecracia, una forma de gobernar que está basada, no en el gobierno de los mejores, los más capaces y preparados, sino exactamente en sus contrarios: los más ignorantes y delirantes.
En su primer mandato, Donald Trump predijo que el COVID desaparecería “milagrosamente” cuando llegara la temporada de calor, y propuso combatirlo con luz ultravioleta, inyecciones de cloro y consumo de hidroxicloroquina. Varias personas se intoxicaron, y al menos una murió, tras seguir las instrucciones “médicas” de su líder.
Afortunadamente, las instituciones sanitarias estaban a cargo de doctores y científicos, que resistieron a Trump y evitaron que creara más daño con sus delirios. Pero ahora, Trump le ha pedido a su nuevo ministro “que se vuelva loco con la salud. Que se vuelva loco con la comida. Que se vuelva loco con los medicamentos”.
Kennedy anunció que despedirá a 600 profesionales de los institutos nacionales de salud, que han provocado el “envenenamiento en masa” de los ciudadanos de su país, y los reemplazará, el mismo día que asuma el nuevo gobierno, por 600 nuevos empleados. El anuncio lo hizo en el evento anual de la Red de Genios en Arizona.
(Sí, “Red de Genios”. No es broma).
La ignorantecracia no es exclusiva de la derecha o la izquierda. En Chile, la falsedad de que las vacunas causan autismo fue promovida por el autodenominado “soldado de Maduro”, Alejandro Navarro, otro “genio” que creía saber más que los médicos y científicos.
En los últimos años, la desinformación se expande como una mancha de aceite. Una vez que las personas entran en una burbuja conspiranoide, es fácil encontrar “evidencia” de lo que uno quiera creer. Hoy el 9% de los estadounidenses, y el 18% entre los menores de 25 años, está convencido o al menos tiene sospecha de que la Tierra es plana.
Ni hablar del negacionismo ante el cambio climático. Como ya no es tan fácil cerrar los ojos ante los eventos catastróficos que asolan el planeta, ahora se extendió la teoría de que los últimos huracanes fueron manejados intencionalmente por el Partido Demócrata para atacar a los votantes republicanos.
Estos delirios fueron compartidos por políticos como la diputada Marjorie Taylor Greene: “sí, ellos pueden controlar el clima”, tuiteó.
Ahora, el “genio” que más daño ha causado a la salud pública, cuya irresponsabilidad ha provocado incontables muertes, queda a cargo precisamente de la defensa de la salud pública, con poder sobre la vida y el bienestar de millones de personas.
Es la ignorantecracia en su más extrema, y escalofriante, dimensión.
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