Columna de Daniel Matamala: La conjura contra la democracia
Si hay un tema en que somos campeones mundiales, es en nuestro sistema de sufragio. Países desarrollados miran con envidia cómo contamos millones de votos de manera pública y transparente, en tiempo récord.
Apenas un par de horas después de cerrar las mesas, los resultados son indiscutibles, los perdedores reconocen su derrota y los ganadores celebran. Los resultados preliminares tienen diferencias ínfimas con respecto a los oficiales que se verifican semanas después.
Un lujo que cada noche de elecciones enorgullece a los demócratas, sean de derecha, de centro o de izquierda.
Y que, en cambio, enfurece a los enemigos de la democracia: un sistema impecable como este es un obstáculo para quienes ven en la voz del pueblo una molestia que sería mejor evitarse.
El libreto para remover ese obstáculo lo conocemos al dedillo, porque es una copia importada desde Estados Unidos, con escala en Brasil. En su campaña de 2016, Donald Trump se dedicó a demoler los pilares de la democracia, desde la justicia independiente hasta la prensa libre y, con especial ahínco, el sistema electoral. Acusó fraude por anticipado, y advirtió que solo aceptaría el resultado si ganaba.
Ganó: el Colegio Electoral le dio la victoria, pese a tener casi 3 millones de votos menos que Hillary Clinton, pero Trump de todos modos acusó trampa. Preparó así el terreno para 2020, cuando se negó a reconocer su derrota, conspiró para evitar el cambio de mando, y gatilló un violento intento de golpe de Estado para bloquear la asunción del nuevo Presidente.
Su discípulo Bolsonaro usó la misma estrategia de acusar fraude antes de las elecciones que ganó en 2018, y reitera esa mentira ahora que su rival, Lula, aparece como favorito para los próximos comicios.
“Usted vio que muchos votos en las mesas estaban marcados previamente, por Guillier o por Sánchez, no por nosotros”, dijo Sebastián Piñera tras la primera vuelta de 2017. “El resultado que obtuvimos en las mesas en que sí tuvimos apoderados fue mucho mejor que en las mesas donde no teníamos apoderados. A buen entendedor, pocas palabras”, agregó.
Tras ganar la segunda vuelta, Piñera olvidó sus acusaciones. Pero ya había abierto la caja de Pandora. El seguidor de Trump y Bolsonaro, José Antonio Kast, se sumó. “Claramente hubo fraude”, dijo entonces.
“Hubo fraude electoral”, repitió en 2019, aportando un par de anécdotas como “evidencia”. “Había votos marcados, votos que se perdían, incluso en un lugar un joven se arrancó con la urna”. No hubo denuncia formal: “no tuvimos tiempo para hacer el levantamiento de la investigación”, se justificó.
“La idea del Servel de cambios radicales abre la puerta al fraude masivo y a que algunos tengan más opciones para robarse la elección”, dijo en 2020. “Muchos se escandalizan cuando hablamos de fraude electoral, pero el tiempo nos dio la razón”, repitió en 2021. Y antes de la segunda vuelta, anticipó que recurriría a los tribunales electorales si perdía por menos de 50 mil votos, idea que fue secundada por el presidente de Renovación Nacional, Francisco Chahuán.
Finalmente, Boric lo derrotó por un millón de votos, y Kast actuó correctamente: reconoció los resultados y felicitó a su contendor.
Pero la semilla quedó plantada entre sus seguidores.
Agitadores de extrema derecha están usando las redes sociales en una conjura organizada y sistemática contra la institucionalidad electoral, con distintas excusas. Noticias falsas sobre el sistema de cómputos. Planillas Excel con falsa “evidencia”. La presencia de un avión iraní en Chile.
Y ahora, en la recta final de la campaña al plebiscito, suman el insulto a la injuria. Mezclan casos puntuales de inscripciones desactualizadas, con la presencia de detenidos desaparecidos en el padrón, bajo el rótulo “ausente por desaparición forzosa”.
Esto es miserable, pero no es nuevo. La burla sobre los detenidos desaparecidos es una constante en grupos de extrema derecha. Lo han hecho por décadas, tirando huesos de animales a los familiares de las víctimas; vistiendo poleras que se mofan de cuerpos arrojados al mar; o, como esta semana, vandalizando el memorial de las víctimas de la dictadura en Valparaíso con las palabras “FALSO RECHAZO”.
“El gobierno con toda su maquinaria intentará robarse la elección”, dijo el diputado republicano Gonzalo de la Carrera. El jueves a las 11:45 AM, publicó un tuit exigiendo al Servel borrar del padrón a los detenidos desaparecidos, y media hora después, una foto de un cementerio con la leyenda “”El ApruEVO y el Servel haciendo puerta a puerta”. (Luego intentó “explicar” que su burla no se dirigía a las víctimas de la dictadura).
Recibió el respaldo de colegas republicanos como el diputado Mauricio Ojeda (“yo te banco, Gonzalo”) o Luis Sánchez. A la conjura se suma el excabecilla barrabrava Francisco Muñoz, más conocido por su alias delictual de “Pancho Malo”. De la Carrera replicó un tuit de respaldo de Muñoz (“todo nuestro apoyo”), con la misma imagen del cementerio, y la convocatoria a una protesta frente al Servel. Es el actuar habitual de Muñoz, quien aplica en política la técnica barrabrava del “apriete”, en que, rodeado de un grupo de fanáticos, intimida a parlamentarios de la UDI y RN.
Algunos dirigentes de la derecha tradicional han criticado estos hechos, pero otros han guardado cómplice silencio, pese a que su principal blanco es el presidente del Servel, el UDI Andrés Tagle.
Harían bien en revisar la experiencia de sus símiles en Estados Unidos, que vieron como Trump y sus aduladores se tomaron su partido, forzándolos a pasar a retiro o convertirse en cómplices de su cruzada antidemocrática.
Es que lo que está en juego aquí no es una elección o una diferencia política. Es una frontera de mínima decencia. Esa que nos separa de quienes usan cualquier arma, incluso burlarse de los muertos, con tal de socavar la democracia.
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