Columna de Daniel Matamala: La plaza vacía
El domingo en que Chile votó En Contra, la Plaza Italia estuvo vacía.
Ese lugar es un cruce de caminos. La confluencia entre la Alameda histórica y la Avenida Oriente, proyectada por el intendente Benjamín Vicuña Mackenna como el límite este de la ciudad, un segmento del “camino de cintura” que separaría el interior civilizado de la periferia empobrecida.
Como sabemos, Santiago siguió creciendo hacia el oriente mientras la élite abandonaba el centro para trepar por la cordillera. De ahí surgieron las expresiones “de Plaza Italia para arriba” y “de Plaza Italia para abajo”.
Un eje de diferenciación y al mismo tiempo de encuentro. Cada vez que hay que festejar un triunfo deportivo o político, es el lugar en que el Chile de arriba y el de abajo pueden reunirse y reconocerse.
Por eso, el vacío de Plaza Italia esa noche resulta tan significativo. Nadie festejaba, porque no había nada que festejar. Debe ser un hecho inédito en la historia de Chile: una noche de elecciones en que nadie descorchó champaña, nadie lanzó un discurso con la voz enronquecida, nadie agitó banderas emborrachado de euforia.
El proceso constituyente está muerto y sepultado, y descansará en paz por muchos años. La Constitución seguirá vigente por defecto, pero sin haber sido ratificada nunca en un plebiscito democrático.
Es un final inconcluso, muy chileno. Ambiguo. Lleno de eufemismos, de traumas que solo miramos de lado, de historias inacabadas que mejor metemos debajo de la alfombra. Como decía hace un siglo el filósofo alemán Hermann Keyserling: “el tono dominante del fatalismo chileno es una exasperación contenida”.
La exasperación sigue contenida. No resuelta, apenas aplacada.
Y por eso el vacío de Plaza Italia es doble. No sólo es de personas, también es de su símbolo principal. La base del monumento central permanece desnuda, desprovista de la estatua del general Baquedano, retirada durante el estallido.
Se fue la estatua, pero no la base. Esta sigue allí, haciendo más elocuente el vacío. Volviendo inocultable que algo falta, que hay un tema que como sociedad hemos dejado sin resolver. Una exasperación contenida.
Lo que se acabó en Chile en 2019 fue la fórmula política que había dado legitimidad al poder. Hubo dos intentos por elaborar una nueva fórmula; por construir un nuevo símbolo de orden sobre esa base. Ambos fracasaron en procesos espejo, como una parodia uno del otro.
Primero, la izquierda creyó haber clavado la rueda de la fortuna, gracias al triple triunfo del Apruebo (2020), de los heterogéneos grupos de izquierda radical en la Convención (2021) y de Boric (2021). Malinterpretaron como el alumbramiento de un nuevo Chile lo que apenas eran movimientos electorales circunstanciales: la esperanza del plebiscito de entrada, la protesta anti clase política, y el voto útil contra Kast.
Luego, la derecha radical también creyó ver un oasis en medio del desierto, se lanzó de cabeza al agua y se estrelló contra la arena. El Rechazo de 2022 y el triunfo republicano de 2023 no eran la gran restauración conservadora, sino un voto de protesta contra el gobierno de Boric, la delincuencia, la inflación, los desvaríos constituyentes y todo lo que huela a política.
Los republicanos se encandilaron, y embarcaron a la derecha y a sus obedientes vagones de cola (“amarillos”, “demócratas”) en una aventura insensata. En vez de liderar un proyecto de consenso, repitieron los mismos extravíos de la campaña presidencial de 2021, planteándose contra los derechos de las mujeres y los avances de una sociedad plural, laica y moderna.
El cóctel de beatería y campaña del terror despertó la oposición de mujeres, jóvenes y moderados, y regaló en bandeja una repetición del Boric – Kast de 2021, en vez del Apruebo – Rechazo que soñaban.
Insistieron tanto en sacar la Constitución de la mente de los votantes, y convertir este referendo en un plebiscito personal sobre Boric, que terminaron provocando un plebiscito sobre el único líder que sí estaba en juego ayer: Kast.
Así, revivieron la segunda vuelta presidencial.
En 2021, Boric derrotó a Kast por 56% a 44%. En 2023, el En Contra ganó al A Favor por 56% a 44%. DecideChile estima que el 99% de los votantes de Boric se inclinaron por el En Contra, y el 96% de Kast, por el A Favor, con los electores “obligados” distribuidos entre ambas opciones y la abstención.
Provocar a las mujeres jóvenes fue, tal como en 2021, un autogol fatal. El 70% de las menores de 34 años votó En Contra. ¿Aprenderá la derecha alguna vez esa lección?
También el mapa por regiones y comunas de ambos comicios es muy similar.
En el Gran Santiago, la derecha volvió a encerrarse en sus “tres comunas”: Las Condes, Vitacura y Lo Barnechea (Kast había ganado apenas cinco, sumando Providencia y La Reina).
A nivel nacional, el En Contra recuperó gran parte del norte y los núcleos urbanos que había ganado Boric. El A Favor retrocedió a los feudos tradicionales de la derecha, en el sur (solo ganó las regiones del Maule, Ñuble y Araucanía) y en las ciudades pequeñas y zonas rurales (ganó apenas dos de las 16 capitales regionales).
Kast y los republicanos desperdiciaron su oportunidad, y volvieron a las cifras del Sí, cuya campaña del terror copiaron (en 1988 el No ganó por 56% a 44%).
Las tesis extremas, las refundaciones, las políticas identitarias y el “que se jodan” han sido derrotadas. Ni la izquierda ni la derecha son una mayoría permanente en Chile. Lo único permanente es la desafección por todo lo que huela a poder. La desconexión entre los partidos y los ciudadanos es total. Dos veces seguidas, los chilenos le han dado con la puerta en la cara a la clase dirigente.
Cuatro años después del estallido, seguimos huérfanos de una fórmula política, que es mucho más que una Constitución: es un orden institucional, económico y social que la ciudadanía sienta como legítimo.
A la espera de una respuesta, esa plaza seguirá vacía, y esa base permanecerá inútil.
El símbolo perfecto de un Chile exasperado y contenido.