Columna de Daniel Matamala: La zanja
A toda ola sigue una resaca, y a todo fervor revolucionario, la contra. El legendario mayo del 68, la mayor revuelta estudiantil y sindical en la historia de Francia, fue sucedido por el menos glamoroso junio del 68, las elecciones en que el tambaleante gobierno derechista de Charles de Gaulle aplastó a la izquierda que había dominado las calles.
Se habló entonces de una “mayoría silenciosa”, que no marchaba, pero sí votaba. Pero en el Chile actual, la mayoría no sólo se tomó las calles el 25 de octubre de 2019, sino que ratificó su peso en las urnas un año después, con el 78% del Apruebo, con el giro a la izquierda en las megaelecciones de mayo de 2021, y con la mayor votación de la izquierda, y de Gabriel Boric, en las primarias de julio.
Más que minorías ruidosas versus mayorías silenciosas, la pregunta en Chile es por mayorías veleidosas, que muestran una radiografía electoral consistente en octubre de 2020, mayo de 2021 y julio de 2021, pero distinta en noviembre de 2021.
¿Qué cambió en el último año?
La respuesta estándar es que la gente se cansó de la violencia y el desorden, que la vivencia del narcotráfico en las poblaciones impulsa la exigencia de mano dura, y que los desmanes en el segundo aniversario del estallido marcaron un punto de quiebre. La explicación es razonable, pero insuficiente. El 18 de octubre de 2020 fue mucho más violento que el de 2021, y sin embargo una semana después el 78% de los chilenos votó por el Apruebo. Tampoco es verdad que los chilenos angustiados por el narco se hayan lanzado a los brazos de Kast. Sus votaciones en comunas atacadas por ese flagelo fueron pobres: 16% en La Pintana, 18% en San Joaquín, 19% en San Ramón.
Gabriel Boric superó ampliamente a José Antonio Kast en el Gran Santiago, y en varios de los principales núcleos urbanos del país, donde el narcotráfico, la delincuencia y la violencia del estallido han sido más fuertes. En el Gran Santiago, Boric venció en todas las comunas, excepto las del barrio alto, con ventajas claras: le sacó 16 puntos de diferencia a Kast en Maipú, 15 en La Florida, y 18 en Puente Alto.
Sí, los clivajes orden versus cambio, y jóvenes versus viejos son explicaciones importantes. Pero basta ver un mapa con los resultados electorales para entender que el factor fundamental fue territorial. Boric ganó en el Gran Santiago y fue competitivo en los grandes centros urbanos. Kast, en cambio, se llevó las regiones y, especialmente, las pequeñas ciudades, pueblos y zonas rurales del sur.
En la región de O’Higgins, Boric ganó en Rancagua, pero perdió por amplios márgenes en comunas como Lolol, Placilla y Chimbarongo. En Los Ríos, Boric ganó en Valdivia, pero sufrió un desastre en todas las comunas rurales aledañas: 17% a 40% en Paillaco, 14% a 39% en Máfil, 19% a 37% en Los Lagos.
En Talca, hubo apenas 2 puntos en favor de Kast. Pero en los alrededores de la capital del Maule fue paliza: Boric salió cuarto en Pelarco, con el 15%; cuarto en San Rafael, con el 14%; y cuarto en Pencahue, con el 13%. Y en La Araucanía, ni hablar: Kast ganó 49% a 12% a Gorbea, 43% a 14% en Cunco, 43% a 13% en Perquenco…
El fenómeno no es exclusivo de Chile. Tanto el Brexit en Reino Unido, como el trumpismo en Estados Unidos se explican por la división entre núcleos urbanos y el resto del país. En 2020 Trump arrasó en áreas rurales en que mandan el trabajo manual y agrícola. Ganó el 75% de los votos en los condados con menos de 50 habitantes por milla cuadrada, pero apenas el 31% en las ciudades grandes con mayor densidad.
Ese mapa electoral se parece mucho al que arrojó Chile ayer, y tal vez las explicaciones sean similares. La geografía se entrelaza con la cultura. Chile ha tenido un cambio cultural gigantesco en las últimas décadas. En las grandes ciudades ese cambio se vive como un avance, pero en zonas con formas de vida tradicionales puede entenderse como amenazas. El feminismo, el lenguaje inclusivo, el veganismo o los derechos de los animales han sido aprovechados en muchos países para trazar fronteras de “guerras culturales”.
Una zanja cultural y geográfica.
De un lado de ella, actividades como el rodeo o las carreras de perros son formas de maltrato animal que deben ser prohibidas; del otro, costumbres y formas de vida válidas. El rodeo es el segundo deporte más popular de Chile, y en las últimas semanas se organizaron, con gran concurrencia, múltiples actos en “defensa de las tradiciones”, en lugares como San Carlos, Curicó, La Serena o Los Ángeles.
Kast tocó esas teclas. Fue el único diputado que se opuso a la “Ley Cholito” contra el maltrato animal, y en los últimos días de campaña arremetió contra la empresa de sucedáneos veganos NotCo, ganándose el aplauso de las zonas ganaderas.
Cuando, además, esas causas progresistas se defienden con superioridad moral, y menosprecio del otro, la mesa queda servida para una reacción. No sólo en la campaña presidencial, sino especialmente en el Congreso, donde el sistema electoral sobrerrepresenta a las zonas menos pobladas, como se vio el domingo.
Y a este cóctel sumemos el factor Parisi. Un candidato con orden de arraigo por no pagar su pensión de alimentos recibe el 64% de sus votos desde los hombres, según datos de Activa Research. ¿Hay, entre otros factores, una reacción contra el feminismo?
Y finalmente, ¿por qué todo esto emerge ahora, y no hace seis meses? ¿Qué cambió? Una respuesta tentativa es que las elecciones anteriores se hicieron bajo un clima de angustia económica, en que la demanda por cambios profundos parecía irresistible. Ahora, en cambio, los retiros de AFP y el IFE han creado una bonanza artificial, apaciguando el agobio por las bajas pensiones, los malos sueldos y la desigualdad. Transformaciones que hace poco parecían cosa de vida o muerte, tal vez han perdido urgencia por este calmante de dinero fresco.
Si ese fuera un factor, la oposición habría caído presa de su propia demagogia, ayudando a generar esta resaca después de la ola. Nadie sabe para quién trabaja.
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