Columna de Daniel Matamala: Los dueños de la pelota

Andrés Piña/Photosport


E l fútbol chileno tocó fondo. Por primera vez en su historia, la selección está a punto de fracasar en tres eliminatorias mundialistas consecutivas. Estamos en último lugar, y el director técnico Ricardo Gareca ha ganado apenas uno de sus once partidos oficiales por la Roja.

Pero el presidente de la ANFP, Pablo Milad, no está dispuesto a pagarle el millón y medio de dólares que cuesta su indemnización. Y Gareca no está dispuesto a irse sin ese dinero. De modo que sigue.

Ambos concentran la ira popular, pero son apenas la punta del iceberg de una crisis sistémica de profundo calado. Los últimos cuatro entrenadores de la selección también se fueron en medio de fracasos. La selección Sub 20 no clasificó a los últimos cuatro mundiales. Hace una década éramos bicampeones de América, y terceros en el ranking de la FIFA. Hoy estamos en el lugar 50º.

La liga local está séptima del subcontinente en el ranking IFFHS, y es un páramo de partidos suspendidos por la desorganización, falta de estadios y la violencia. La Supercopa con que debía partir el año aún no tiene fecha ni lugar para disputarse. Cada semana suma un nuevo escándalo. En Iquique, los barrabravas invaden la cancha. En Blanco y Negro, la concesionaria de Colo-Colo, una reunión de directorio termina a los golpes. En Azul Azul, la administradora de la Universidad de Chile, la propiedad se traspasa en oscuras operaciones entre personajes anónimos. Representantes se apoderan de clubes para mover a futbolistas fantasmas, que compran y venden sin que jueguen un solo minuto.

¡Qué distinto a las ofertas de hace 20 años!

En pocas semanas cumple dos décadas la Ley 20.019, que convirtió a los clubes en sociedades anónimas deportivas profesionales (SADP), bajo promesas de futuro esplendor para el fútbol.

La quiebra de Colo-Colo fue clave para empujar la reforma. “El Colo sólo se salva como sociedad anónima”, advertía Sebastián Piñera, quien presentó el primer proyecto de ley al respecto. El 6 de diciembre de 2004, en el debate en el Senado, Alberto Espina advirtió que, de no aprobarse ese mismo día la ley, “Colo-Colo desaparece”. Su colega Hosaín Sabag lo interrumpió con un grito: “¡Y se acaba el fútbol profesional!”.

La ley se aprobó a la carrera, y se eliminaron las normas que aseguraban límites a la propiedad y permitían el “capitalismo popular” de los hinchas. Los intereses político-empresariales que querían apoderarse del fútbol fueron más fuertes. “Un lobby transversal”, en palabras del entonces ministro Francisco Vidal.

“Las cosas deben tener dueños”, advirtió el senador Juan Antonio Coloma. “Si no ponemos límites, el señor Piñera comprará Colo-Colo, y el señor Yuraszeck, la Universidad de Chile”, contestó el diputado Aníbal Pérez. Y así fue. Piñera se quedó con Colo-Colo.

El traspaso se haría por las buenas o por las malas. El 6 de mayo de 2006, los socios de la Universidad de Chile se negaron a convertirse en S.A. 20 días después, se decretó la quiebra, y Azul Azul se hizo cargo. ¿Quién llegó? Pues Yuraszeck.

Veinte años después de que las “cosas” (clubes deportivos con una profunda raigambre popular e histórica) pasaran a tener dueños, ¿cuál es el balance?

Salvo las mejoras en la administración, la contabilidad y el pago de sueldos y cotizaciones, no hay mucho que destacar. El éxito de la “generación dorada”, un grupo de futbolistas formados antes de la era de las SADP, encubrió los problemas. Los “dueños” de las “cosas” han sido más rentistas que emprendedores. Con contadas excepciones (como Cruzados en Universidad Católica y Abumohor en O’Higgins), no han invertido en infraestructura ni desarrollo. Se conforman con recibir el jugoso cheque mensual de la televisión.

Con tal de quedarse con un gran pedazo de esa torta, han levantado barreras de entrada que incluso causaron una condena del Tribunal de Defensa de la Libre Competencia.

En la última década, el deporte federado chileno ha crecido gracias a la gestión del Comité Olímpico, el Estado, los deportistas y las empresas, y ha logrado hitos como las medallas panamericanas, el éxito de Santiago 2023 y un oro y una plata en París. Mientras, el fútbol, que cuenta con mucho más dinero, se hunde en una gestión mediocre.

La Ley de 2005 le entregó otro fabuloso regalo a estos rentistas: la selección chilena de fútbol. Esta depende de la ANFP, dominada por las SADP. En el Congreso compareció el presidente del sindicato de futbolistas español, Gerardo Movilla, quien advirtió que en ese país la federación era independiente de los dueños de los clubes. Nadie lo pescó. Años después, los dueños de las SADP decidieron sacar a Harold Mayne-Nichols y cortar así el proceso de Marcelo Bielsa, por discrepancias en la repartija de los dineros.

Pueden hacer lo que quieran: también son los dueños de esa “cosa” llamada selección chilena.

La generación dorada recaudó cientos de millones de dólares en publicidad, derechos televisivos y borderós. Ese dinero debió invertirse en formar a las nuevas generaciones doradas, en infraestructura y desarrollo del fútbol femenino. En cambio, se repartió entre rentistas que no generaron esa plata, pero que se la embolsaron en perjuicio del fútbol chileno.

El mejor resumen de la situación lo hizo Tiane Endler, la mejor futbolista de nuestra historia, quien terminó renunciando a la Roja ante el despelote. “Al final todo se lo llevan los clubes, está dirigido por y para ellos. Lo que queda de la plata que entra, poco va a la selección, poco va al desarrollo del fútbol, poco va a mejorar las instalaciones y a mejorar la calidad del deporte”.

Ahora la generación dorada se apagó y el emperador quedó desnudo. Urge un cambio, que parte por la inmediata separación de la Federación y las SADP. Los dueños de los clubes no lo harán, porque quieren seguir viviendo de la plata ajena. En 2021, Pablo Milad prometía que “la separación es inminente”. Mintió.

Ahora, un proyecto de ley que avanza en el Congreso concreta ese anhelo y promete regular la multipropiedad y el rol de los representantes. Su principal impulsor, el senador Matías Walker, admite que “ha costado avanzar porque este proyecto afecta a muchos intereses, de gente muy poderosa”.

Aprobarlo es urgente, para corregir el gigantesco error que cometió el mismo Congreso hace 20 años. La selección chilena no puede seguir siendo el botín de un grupo de rentistas, que poco y nada ha hecho por nuestro deporte.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.