Columna de Daniel Rodríguez: La educación durante los gobiernos de Sebastián Piñera
La trágica muerte del expresidente Piñera impactó profundamente a la ciudadanía. En lo personal, tuve la suerte de trabajar en sus dos gobiernos, y puedo dar fe de las múltiples virtudes que sus más cercanos han dado a conocer en esta triste circunstancia. Dado que es muy poco lo que podría aportar a estos testimonios, mi objetivo acá es dar cuenta muy brevemente de la política educacional de las dos administraciones de Sebastián Piñera con la perspectiva que entrega el paso del tiempo.
En su primer mandato, es posible distinguir dos etapas. Al momento de asumir, al gobierno le correspondió la reconstrucción de las muchísimas escuelas afectadas tras el terremoto del 27 de febrero de 2010. Una de cada tres escuelas del país resultó con daños, causando que 1,25 millones de estudiantes (alrededor de la mitad del total nacional) vieran afectado el regreso a clases. No hay espacio aquí para relatar en detalle las múltiples estrategias utilizadas y los fondos ejecutados a este respecto, pero la meta puesta por el Presidente de iniciar el año escolar el 26 de abril de 2010 se cumplió para un 100% de los niños.
Con este telón de fondo, el gobierno recibió también la culminación de la agenda legislativa derivada de la llamada “revolución pingüina” y su consiguiente acuerdo transversal en educación, cuyo foco principal era la calidad. La administración Piñera modificó y tramitó el proyecto de aseguramiento de la calidad, fortaleciendo la rendición de cuentas, y logró su aprobación. Gracias a esto, hoy el país cuenta con una Agencia de Calidad y Superintendencia que cumplen un rol central en el sistema educativo. A la fecha, esta fue la última ley aprobada cuyo énfasis está en la calidad y los aprendizajes. En educación escolar destaca también la reforma de 1 básico a II medio del curriculum escolar, que todavía nos rige. Este currículo tuvo como foco enriquecer los aprendizajes y la experiencia de los estudiantes, distinguió conocimientos, habilidades, actitudes, y fortaleció instrumentos como los programas de estudio. En educación parvularia se logró establecer como obligatorio el kínder en la Constitución, se casi duplicó la subvención del nivel y se crearon 50.000 cupos nuevos en Junji e Integra. Los Liceos Bicentenario, programa insignia de esta administración, se defienden por si solos y no requieren mayor explicación: basta decir que ya han reemplazado a los liceos emblemáticos como establecimientos de excelencia.
Un segundo momento de su gobierno estuvo marcado por las continuas protestas de estudiantes de la educación superior. A pesar de que se triplicaron las becas y se rebajó el CAE, haciéndolo contingente al ingreso, los líderes estudiantiles fueron implacables con el gobierno. Aunque ellos no quedaron satisfechos, el apoyo financiero para estudiar se amplió considerablemente.
Respecto a la segunda administración, contamos con menos perspectiva histórica para evaluarlo, pero es visible que también tuvo dos momentos. Previo a la pandemia, el gobierno se concentró en la implementación de las reformas de Bachelet (tanto fue así que se vio obligado a tramitar la enésima corrección de la Ley de Inclusión, que sigue dando dolores de cabeza) que le costaron críticas infundadas, y en desplegar su agenda legislativa. En ambos casos se encontró con una oposición muy dura, rechazando la idea de legislar de varios proyectos de evidente interés común. Solo la presión de la creciente violencia en los liceos emblemáticos y el buen manejo político de la ministra Cubillos permitieron la aprobación de la ley Aula Segura, que sigue siendo la única norma legal frente a la situación desastrosa de los liceos emblemáticos.
Durante la pandemia, el Ministerio de Educación se abocó a buscar todas las alternativas de retorno a clases tras las largas suspensiones derivadas de las cuarentenas. La tenacidad del gobierno se topó con la actitud mezquina de alcaldes que protegieron su reelección, y una oposición irracional tras la asonada de octubre de 2019, que presentó cuatro proyectos de ley para prohibir el regreso a clases y acusó constitucionalmente al ministro. Se arrepintieron de ello años después, cuando la evidencia mostró que la insistencia del Ministerio de Educación era el camino correcto. Hay varios esfuerzos que destacar en ese contexto, pero el sistema de monitoreo de alerta temprana de la asistencia, una nueva generación de Liceos Bicentenario, los programas Leo Primero y Sumo Primero y el Diagnóstico Integral de Aprendizajes fueron políticas que permitieron enfrentar la pandemia con un foco en los aprendizajes, y cuyo buen diseño permitieron que la presente administración las continuara.
Con el riesgo de dejar fuera aún más elementos, los logros y los fracasos de los gobiernos del expresidente Piñera dejan un mapa interesante para una agenda educacional distinta a la existente. Para salir del inmovilismo, es necesaria una agenda que priorice los aprendizajes y la excelencia, que se enfoque en la gestión para la resolución de problemas concretos del sistema y no en preferencias ideológicas, y un Ministerio de Educación que se dedique a hacer, más que a hablar o explicar.
Presidente Piñera, descanse en paz.
Por Daniel Rodríguez, director ejecutivo de Acción Educar