Columna de Daniela Sepúlveda: Brasil: cuando la derecha extrema actúa bajo manual

Bolsonaro backers ransack Brazil presidential palace, Congress and Supreme Court in Brasilia
Supporters of Brazil's far-right former President Jair Bolsonaro who dispute the election of leftist President Luiz Inacio Lula da Silva gather at Planalto Palace after invading the building as well as the Congress and Supreme Court, in Brasilia, Brazil January 8, 2023. REUTERS/Antonio Cascio NO RESALES. NO ARCHIVES


Los acontecimientos de las últimas horas en Brasil, aún en dramático desarrollo, son una receta ya conocida. En distintos países, la derecha extrema ha actuado bajo manual.

Con la complicidad de liderazgos caudillistas, populistas, nacionalistas y con eficiente retórica, sus candidatos se someten a elecciones en aparente subordinación a las reglas del juego democrático. Ya en campaña electoral, y embravecidos por el descrédito ciudadano generalizado hacia “la clase política”, los candidatos de la extrema derecha se autoproclaman defensores de la República, prometiendo cambios improbables. Cuando los candidatos de la extrema derecha observan que su estrategia no es suficiente, saturan a su(s) oponente(s) con fake news, distorsiones de la realidad del país y de la legitimidad de las propias elecciones y de las instituciones que sostienen esos procesos. En este último punto los candidatos de la extrema derecha se juegan sus principales fichas, pues su intención es instalar un manto de duda sobre el que, a futuro, pavimentarán un ánimo de descrédito y rechazo para el candidato o la coalición vencedora.

Algunos -o todos- estos elementos se han replicado con fuerte disciplina en varios países. Pasó en Francia con Le Pen, en Estados Unidos con Trump, en Brasil con Bolsonaro y más recientemente en Italia con Meloni. A nivel local, no escasean los ejemplos. Sin embargo, en los últimos años, la extrema derecha ha aumentado la apuesta y ha hecho suya una reivindicación ilegítima que, a punta de violencia y matonaje, se cree en libertad de violar y profanar instituciones, símbolos y tradiciones.

El caso más emblemático fue el asalto al Capitolio de Estados Unidos, el 6 de diciembre de 2021. Pero incluso entonces existió cierta percepción de que esos hechos de violencia fueron manifestación de sectores aislados “demasiado extremos”, por lo que la derecha democrática y moderada reaccionó rápidamente con fuerte condena. Ejemplo de ello fue la congresista republicana Liz Cheney, quien resumió este sentimiento cuando se negó a “defender lo indefendible” durante el Comité Especial que investigó los hechos del histórico 6 de enero.

En 2019, la cineasta brasileña Petra Costa manifestó en su aclamado documental Al Filo de la Democracia su temor por el destino de su país, que luce como una “nación volviendo vertiginosamente a su pasado autoritario”. “Hoy -señaló-, al sentir la tierra abrirse, temo porque nuestra democracia no haya sido más que un sueño efímero”. En efecto, la democracia en Brasil parece navegar por un constante backsliding o retroceso democrático. Este retroceso no comenzó con Bolsonaro, pero sí se fortaleció con su elección.

El asalto a la Presidencia, el Congreso y el Tribunal Supremo del triste 7 de enero de 2023 en Brasil constituye una poderosa alerta, no solo para los sectores progresistas del continente, sino también para la derecha democrática. Para los primeros, es una dramática señal para actualizar una retórica insuficiente, donde no basta con condenar la violencia, ni la superioridad moral ni el sentido común para convocar y convencer. Para los segundos, es una alerta para no ser absorbidos y disminuidos por liderazgos extremos con los que no se pueden confiar alianzas, negociaciones o entendimientos.

Afortunadamente, hay algo positivo respecto al comportamiento de manual de la extrema derecha. Sabemos cómo actúa, sabemos que busca la desestabilización y sabemos que no tiene pudor. Por tanto, los sectores democráticos de Chile debemos leer estas señales sin distancia ni estupefacción. No debemos conciliar un falso sentimiento de tranquilidad bajo el discurso de la excepcionalidad y fortaleza de las instituciones democráticas chilenas pues, parafraseando a Petra Costa, la otrora democracia más estable de América Latina también se puede convertir en un sueño efímero.

Por Daniela Sepúlveda Soto, cientista política, directora de proyectos de la Red Nueva Política Exterior e integrante de la Red de Politólogas.