Columna de Diana Aurenque: Cultura como alegre costumbre
Treinta y cinco mil personas se reunieron en el Estadio Nacional a disfrutar de la Novena Sinfonía de Beethoven, interpretada por la Orquesta Sinfónica Nacional y el Coro Sinfónico de la Universidad de Chile (UCH). No es la primera vez que la UCH realiza un evento de tal envergadura. Cómo olvidar el regalo que nos proporcionó en su aniversario número 180 ofreciendo precisamente la misma obra en Plaza Italia -un lugar que poco antes encarnaba una profunda división entre chilenos y que se transformó en lugar de reunión pacífica, respetuosa, familiar y de puro goce en torno a una pieza musical de valor universal.
Esta vez, el escenario elegido no fue menos simbólico: el Estadio Nacional. Un lugar que no sólo es el complejo deportivo más grande del país, sino que también fue centro de detención y tortura tras el Golpe de Estado en 1973 -como recordó la rectora del plantel, Rosa Devés, quien inauguró el evento antes incluso que el Presidente Boric-. En permitir a la organizadora abrir el evento y no a la máxima autoridad que, en rigor protocolar, debería haberlo hecho, hay generosidad cultural.
Pese a que ese día fue uno especialmente caluroso, y en un mes especialmente agotador como diciembre, miles de personas decidieron pasar una tarde oyendo a Beethoven. Tiene algo de absurdo, si se piensa en términos puramente biológicos, que un montón de mamíferos decidan exponer su cuerpo a condiciones desfavorables -estar bajo el sol- por un bien cultural. Ese gesto nos demuestra animales medios absurdos, pero también absolutamente maravillosos.
Eventos como estos reafirman una cantidad importante de valores nacionales que pocas veces son relevados. Uno evidente es que valoramos y buscamos eventos culturales de este tipo; que, en nuestro país, pese a tener legítimas diferencias en materias valóricas o ideológicas, apreciamos el valor de la cultura universal y sus expresiones nos congregan. Confirma, además, que una universidad estatal y pública no sólo es la encargada de la generación, cultivo y transmisión del conocimiento universal y nacional, sino que también es un agente fundamental en la promoción de la memoria colectiva. Aquello significa que la universidad nunca es solo técnica ni servil a demandas coyunturales, sino un agente activo en la democratización de bienes culturales que, como la obra de Beethoven, ponen en valor la importancia de la memoria, la celebración alegre de un pueblo y el disfrute de las instituciones públicas. Es por ello que buscó y logró reunir en un concierto histórico de música clásica a grandes mayorías.
Ojalá que esta y otras iniciativas similares se repitan; que comiencen a ser los nuevos ritos que tanto bien nos hacen y que los pueblos requieren para renovar y mantener lazos y estados colectivos indispensables para una vida más amigable en comunidad. Para seguir alegrándonos juntos, oyendo juntos una sinfonía inspirada justamente en la “Oda a la alegría” de Friedrich Schiller. Que continúe este nuevo rito y que la cultura se vuelva una alegre costumbre.
Por Diana Aurenque, filósofa Universidad de Santiago de Chile
Comenta
Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.