Columna de Diana Aurenque: Gisèle: o cuando se es cosa
A comienzos de mes se hizo conocido el caso de Gisèle Pelicot -la mujer que durante 10 años fue víctima de violaciones colectivas organizadas por su esposo-. Que filmara las violaciones o se encargara de drogarla son algunas de las aristas adicionales que hacen de esto uno de los casos de violencia sexual más retorcidos del tiempo reciente. Tanto así que Gisèle se ha convertido en un símbolo para el feminismo francés y para mujeres de todo el mundo. Y es que Gisèle, siendo víctima de la más vil y perversa barbarie, decidió hacer público su caso para visibilizar y advertir sobre la violencia sexual que sufrió y siguen padeciendo mujeres que son drogadas y violadas mientras están inconscientes.
Una violación es una de las infamias más espantosas que puede sufrir una mujer; ahí no solo ocurre una transgresión absoluta sobre su cuerpo, sino a la vez de su voluntad. Precisamente, esa negación absoluta de la mujer como un sujeto con voluntad y soberanía propia, hace de una violación una ruptura absoluta del acuerdo básico y tácito, que radica en ver a una mujer como un legítimo otro. La mujer, sometida químicamente, ha sido reducida a una cosa cuyo “cuerpo está caliente, no frío, pero yo estoy muerta en mi cama” -como sostuvo Gisèle en el juicio-. Ella no solo es negada en el ejercicio libre y soberano de su sexualidad; sino que también, y más dramáticamente, ha sido denigrada a mero objeto para el uso y arbitrio de un tercero; en un medio para la satisfacción sexual más depravada de un otro que goza abusando y dominando.
Detenernos en esto es doloroso, pero necesario. Pues vivimos tiempos en que el rechazo de la violencia contra las mujeres, si bien muestra avances importantes gracias a una serie de nuevas protecciones y derechos que nos resguardan, siguen ocurriendo infamias como la que vivió Gisèle. Adicionalmente, y en plena era de una disputa creciente y global entre los géneros, el caso estremece las conciencias y nos recuerda justamente el origen de toda lucha feminista: actuar contra todo tipo de opresión de la mujer por el hecho de ser mujer. Sobre aquello no solo deben reflexionar las mujeres -se declaren feministas o no-, sino en paralelo, y muy profundamente, los hombres.
Pues aún hay quienes creen que “ser hombre” ha perdido legitimidad producto de las luchas del feminismo. También quienes piensan que el feminismo se ha transformado en un puro revanchismo, en una “cacería de brujas” y/o en un victimismo oportunista contra los hombres. Para ser justos, es cierto que, en ocasiones, algunos conceptos o defensas feministas son desvirtuadas para venganzas personales. Pero ello, más allá de constatar las mezquindades y necedades propias del errar humano, nada restan de lo realmente importante: que las mujeres aún son vistas por algunos como objetos y no como personas con una dignidad inalienable.
Que la infamia que padeció Gisèle, jamás se nos olvide; mucho menos su valor. Y que nos sea símbolo a todos, hombres y mujeres, para no permitir jamás ni ser cómplice de que una mujer, ni ningún ser humano, se vuelva una cosa.
Por Diana Aurenque, filósofa Universidad de Santiago de Chile
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