Opinión

Columna de Diana Aurenque: La era de las drogas

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Hace poco parlamentarios polemizaban sobre la obligatoriedad del examen de estupefacientes y psicotrópicos para diputados. Casi en paralelo, se supo de un uniformado de la Fuerza Aérea que dio positivo a cocaína en un test institucional. Eventos aislados que se suman a las noticias que diariamente recibimos sobre drogas decomisadas o la prioridad del oficialismo por desarticular bandas de narcotráfico. Todos los días, y en distintos contextos, el tema es uno: drogas.

Pero estos debates no ocurren solo en política. Tanto en creaciones artísticas como en ciencias y saberes prácticos -como en la medicina de escuela o ancestral-, aparecen permanentemente los fármacos, estupefacientes o alucinógenos. Incluso en uno de los ámbitos más importantes del ser humano, el amor, una científica señaló hace poco que estamos a pocos años de contar con una “píldora del amor” -en salvamento de matrimonios fallidos.

¿Vivimos la gran era de las drogas?

Chile lo confirma: niños, jóvenes, adultos menores y mayores, todos consumiendo drogas. No hablamos solo de drogas ilícitas, hablamos también de las lícitas -de la cantidad exorbitante de alcohol y de tabaco que se consume en el país; de medicamentos y fármacos para rendir mejor; de aquellas píldoras que condimentan la dieta cotidiana de tantos, que estabilizan el ánimo, alivian dolores físicos o relajan tensiones. También donde la búsqueda es espiritual se toman alucinógenos, incorporando en la vida moderna prácticas ancestrales.

La historia del ser humano ha sido y es también hoy la historia del animal humano que se droga. Esa es su verdadera historia y no la del animal racional de la Grecia clásica. Y razones para esa relación hay muchas, todas profundamente antropológicas: la necesidad por sedantes y narcóticos que mitiguen el dolor de ser conscientes, por distorsionar la pesadez de lo real en fantasías y embriaguez o la extraña necesidad por exagerar sensaciones y percepciones para quizás, pensar menos y sentir más -más vida.

El ser humano es un animal desde su origen enfermo -maravilloso, pero deficitario-, uno al que le cuesta el mero vivir. ¿Puede entonces sorprender que el tráfico de drogas sea el negocio más lucrativo de todos? Las complejidades de la vida moderna se han vuelto de tal magnitud, que hoy más que nunca recurren todos a alguna droga.

Por eso, en vez de seguir moralizando el debate a partir de imaginarios que jamás han sido realidad, en vez de oportunismos políticos mezquinos, sería tiempo de revisar con coraje eso de la “batalla contra las drogas”. Sinceremos: la batalla en realidad no es contra las drogas -de serlo, no estarían permitidos ni el alcohol ni el tabaco. La batalla es otra y doble: contra la ilusión del ideal “clean” del ser humano y contra las bandas organizadas que, desde la completa ilegalidad, trafican, lucran, violentan, experimentan y comercian a destajo. La evidencia lo muestra: donde hay despenalización hay control. Donde no, hay crimen.

¿Nos permitiremos alguna vez la madurez para romper con lo políticamente correcto y con el fetiche de la salud para pensar políticas que regulen no contra, sino en concordia con la vida?

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