Columna de Diana Aurenque: Los abrazos

Carabinero


En Chile abrazamos poco. Los reservamos para momentos especiales, excepcionales incluso: abrazamos cuando felicitamos, cuando nos reencontramos o nos consolamos. Con la crisis sanitaria, una que nos mantuvo distanciados, sin besos ni abrazos, los recuperamos con alegría. Pero hoy, los olvidamos de nuevo. ¿No es extraño que lo primero que hacemos al nacer, abrazar, se nos vuelva un ejercicio tan escaso? ¿No urge este tiempo convulsionado por más abrazos? ¿Por recuperar esa forma de comunicación no verbal que une y nos sostiene sosteniendo?

Porque un abrazo no solo expresa afecto, sino que también tiene algo terapéutico, tranquilizador y profundamente humanizador. Lo vimos magistralmente hace solo unos días entre Izkia Siches y el Presidente Gabriel Boric. Ese abrazo largo, emotivo y extraordinariamente significativo no necesitó de subtítulo alguno. Ahí hubo encuentro, reconocimiento, agradecimiento y respaldo. Gracias a ese abrazo, y por los segundos que duró, la política tuvo grandeza, se respiró fraternidad y recuperó su sentido social más originario.

Durante el estallido social hubo otro abrazo que demasiado rápido quedó en el olvido; uno que quizás debimos atender y cuidar más. Aquel que tuvo lugar entre una manifestante y un carabinero -una joven que llamaba a manifestarse pacíficamente mientras le secaba las lágrimas al oficial. En ese 21 de octubre de 2019 hubo también grandeza, reconciliación y unidad. Todo eso estuvo ahí, un momento simbólico con un enorme sentido político; un “pacto de no violencia” que pronto sería olvidado, moralizado y cancelado, bajo la consigna de que todo “paco” era enemigo y represor. Y desgraciadamente algunos de ellos sí lo fueron -recordemos que antes del Covid-19 se hablaba de una “pandemia” de traumas oculares en Chile. Con todo, no todos eran enemigos.

El 4 de julio, cuando la Convención Constitucional le entregó la propuesta constitucional al Presidente en el ex Congreso Nacional, salí con mi ejemplar en la mochila y me acerqué a unos policías. Les dije con emoción que esperaba que la propuesta constitucional nos permitiera iniciar un nuevo pacto social, uno donde el Estado al fin nos cuide a todos -también a ellos. Pienso ahora que debí abrazarlos y que quizás eso le faltó al Apruebo -abrazar más.

Hoy estamos llamados a aprender más de los abrazos, sobre todo de aquel tan profundamente político de hace casi tres años. E invitar a la clase política, con la mayor de las urgencias, a que inicie de una buena vez un “pacto de no violencia”, un mejor y nuevo trato con sus oponentes, para poder ofrecerle al país aquel sentido comunitario que tanto urge. Para ello, deberán tener la fortaleza de poder abrazar a sus adversarios, “amar a sus enemigos”, como enseña Nietzsche, pero también “poder odiar a sus amigos”. Chile ya no está para más trincheras ni amiguismos; requiere al fin de hombres y mujeres de altura, que no se embriaguen de sí mismos, sino que desempolven los brazos para que Chile entero vuelva -y sienta- lo que es abrazarse.