Columna de Diana Aurenque: Totalitarismo digital y el humor como bastión

La feroz defensa de Javier Milei a Elon Musk por el supuesto “saludo nazi”
La feroz defensa de Javier Milei a Elon Musk por el supuesto “saludo nazi”.


Con la asunción del mando de D. Trump junto al despliegue de magnates como J. Bezos (Amazon) y oligarcas de la comunicación digital -E. Musk y M. Zuckerberg- inicia una nueva fase de totalitarismo digital de cambios geopolíticos insospechados y peligrosos.

Y es que la relación entre medios de comunicación y política no es nueva; menos la farandulización de la política -a lo sumo, quizás, el advenimiento de una politización de la farándula-. En ese contexto, quienes aparecen en pantalla, radio o en medios de comunicación digitales son ya, en acto o en potencia, actores políticos. Sabemos de la hermandad natural entre periodismo y política en nuestro país. Pero además del periodismo, hay otro quehacer que históricamente ha sido fundamental en la politización de los pueblos: los comediantes.

En el último tiempo, como también antes, el humor se despliega como un bastión de resistencia contra el totalitarismo digital, buenismo irreflexivo y posverdad. Por ej.: la última película de J. Alis, Quién tiene la culpa, que instala contradicciones del Chile actual; expone el clasismo, racismo e hipocresía en el rechazo al inmigrante, lo absurdo del buenísimo “progre” urbano, las tensiones entre la grandilocuencia pública y los placeres privados, etc. O de Mauricio Palma que, con su personaje “Violento Parra”, arrasó en el Festival del Huaso de Olmué precisamente dándole voz a lo que escandaliza, sorprende y duele de Chile; nos pone a nosotros mismos ante un espejo que es imposible no comprender o hasta identificarse; más allá de las diferencias ideológicas y gracias a esa verdad emocional insuperablemente libre del humor que obliga a tomar posturas también emocionales o ideológicas: a irnos ofendidos o quedarnos y reír juntos, siendo un gran tolerante y risible “nosotros” -y, por supuesto, lo más brillante es que no ideologizó, no nos plantó una idea, sino invita a mirar con sospecha lo que nos organiza desde fuera y desde dentro. Bernardita Ruffinelli, comediante que desde hace años tiene su propio sello en la comedia feminista (con eso de que el “garabato” tiene un rol político por ej.), ha compuesto paneles políticos y/o radiales en distintos medios, por ser precisamente una humorista con agudeza política, por tener esa mirada de “sociólogos del alma” -como pienso a estos y otros grandes y grandiosas comediantes.

Gracias a Trump, nunca tuve tantas ganas de imitar a nuestro vecino del norte: por la tribuna que tienen los y las comediantes en las pantallas y medios de comunicación estadounidense. Es cierto, que fueron ellos los más críticos del nuevo Presidente -y quizás, por eso, ganó. Pero aquí, el humor no es militante, dispara adentro y afuera, aun cuando cada uno tenga su preferencia ideológica. ¿Se imaginan un late night show conducido Alis, Palma o Rufinneli?, ¿por N. Valdevenito?, ¿o por Bombo Fica, J.P. López, E. Careo, F. Avello o Slimming? Que cómica y profunda emancipación antitotalitaria sería -nos haría.

Por Diana Aurenque, filósofa Universidad de Santiago de Chile

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