
Columna de Diana Aurenque: Verano, la crianza como desafío
Padres y madres se hallan de pronto con dinámicas completamente distintas de las que han tenido durante el año.

En distintas encuestas aparecen marzo y diciembre como los meses más difíciles para los chilenos. Seguramente, por el incremento de gastos asociados a los niños. No obstante, es llamativo que en las encuestas no se mencionen enero y febrero. En teoría, se trata de meses festivos y, por lo tanto, de un tiempo para vacacionar y disfrutar en familia. En la práctica, sin embargo, dicho disfrute estival no solo es poco posible, o al menos un escaso privilegio, debido a los altos costos que tiene vacacionar en Chile, así como por una cuestión cotidiana de la que escasamente se conversa en el espacio público: el cierre de las escuelas, guarderías y/o jardines. Padres y madres se hallan de pronto con dinámicas completamente distintas de las que han tenido durante el año junto a sus hijos e hijas, la mayoría de las veces, sin red de apoyo de terceros y/o cuidadores, y, también, sin gozar del mismo tiempo vacacional que ellos; es decir, manteniendo sus trabajos habituales. Todo, además, en medio de temperaturas cada vez más altas y que hacen difícil salir de paseo o excursión al aire libre -como tanto se recomienda-, sin exponerlos al sol o una posible deshidratación.
Así, se trata de dos meses de una enorme exigencia para padres, madres y/o cuidadores de infantes y menores. Más aún si se sigue, como debería intentarse, una rutina lo más libre posible de pantallas digitales -smartphones, tablets, videojuegos y computadores- o televisivas; más para sumarle una variante epocal fundamental, donde la relación padres/madres con sus hijos ha variado mucho de modelos conservadores de crianza y educación fundados en la asimétrica de poder entre adultos y menores. Muy afortunadamente, dicho cambio ha contribuido a que los niños gocen de una mayor protección contra abusos o maltratos de terceros (incluyendo progenitores), y de sus derechos fundamentales. Pero también muy desafortunadamente, el legítimo cuestionamiento del abuso de poder de padres (o cuidadores) sobre hijos y menores se ha extendido tanto, que desconoce aquella asimetría fundamental entre ambos y, por tanto, la responsabilidad primordial que tienen progenitores y cuidadores en la formación valórica de personitas que, sin referentes afectuosos, pero claros de autoridad y protección (de progenitores y cuidadores ), difícilmente podrán transitar del espacio protegido del hogar al afuera de un mundo social que zigzaguea entre amabilidad y hostilidad.
Por supuesto, siendo solo profesora en enseñanza secundaria y universitaria, sin experticia formal en párvulos, infancias o educación, no me atrevería a recomendar teorías o modos de crianza. Me contento, más bien, si dejo planteada esta incógnita: en un mundo donde los adultos cada vez menos saben conversar entre ellos, pero, a la vez, son quienes conversan y argumentan con sus hijos, como si fueran adultos, ¿será ello la mejor forma para que puedan aprender a ese “vivir, dar vueltas, en compañía”, que significa “conversar”?
Por Diana Aurenque, filósofa Universidad de Santiago de Chile
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