Columna de Domingo Lovera: Los fundamentos del orden constitucional
Andrés Bello escribió, en 1848, que las constituciones escritas o redactadas en la soledad del despacho de una persona “que ni aun representa un partido”, o aquellas dictadas por “una parcialidad dominante”, corrían un riesgo: no reflejar el corazón de la sociedad.
La propuesta constitucional que esta semana comenzamos a votar en particular es una que no ha sido redactada en la soledad del despacho de ninguna persona, menos impuesta por una parcialidad dominante. Es, en cambio, producto de razones, deliberaciones, conversaciones, en fin, del consenso —que no fue sencillo de lograr al interior de la Comisión— de lo que hemos podido identificar como los intereses, costumbres, sentires y saberes presentes en nuestra sociedad.
Cualquiera de nosotros y nosotras, cualquiera que se acerque a observar y comentar la propuesta que hemos comenzado (paradojalmente) a finalizar, podría haber escrito su Constitución favorita. Podría haber colocado allí sus anhelos, sus regulaciones, haber echado mano a la experiencia comparada más exitosa y haber construido, así, la Constitución de sus sueños. Pero esta Constitución, aún cuando técnicamente perfecta, podría bien no representar lo que Bello llamaba el corazón de la sociedad.
¿Por qué es importante que las constituciones respeten el corazón de la sociedad y, en consecuencia, no es aconsejable que sean redactadas en la soledad del despacho de una sola persona o impuestas por una parcialidad dominante, por perfecto que pueda, eventualmente, ser ese producto?
Volvamos a Bello. No importa tanto el texto mismo o lo perfecta de sus regulaciones, sino que la propuesta descanse sobre, y aluda —ahora sí lo cito— “al fondo de la sociedad, a las costumbres, a los sentimientos que en ella dominan, que ejercen una acción irresistible sobre los hombres y las cosas, y con respecto a los cuales el texto constitucional puede no ser más que una hoja ligera que nada a flor de agua sobre el torrente revolucionario, y al fin se hunde en él”.
Este es el desafío que encaramos en esta propuesta, desafío que se traslada, ahora, al Consejo: el de poder ofrecer una alternativa constitucional, que sin declarar improcedentes de antemano algunas opciones de política pública, permita que los distintos sentires, sentimientos y costumbres puedan verse reflejadas en el pacto fundamental de nuestra República. O, que si no se ven detalladas con las palabras que se esperaría en la propuesta, que ninguno de esos sentires, sentimientos y costumbres —lo que no es lo mismo— sean excluidos.
Cualquiera que se aparte de este objetivo, cualquiera que pretenda introducir en una constitución solo la visión parcial de una persona —un hombre, escribió Bello— o de una parcialidad dominante —aunque irremediablemente transitoria, como enseña la historia—, arriesga ofrecer nada más que una hoja ligera, que en el breve o mediano plazo, terminará hundiéndose en el torrente revolucionario.
Domingo Lovera, profesor de Derecho UDP, integrante de la Comisión Experta (RD)
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